jueves, 11 de diciembre de 2008

Transporte


Dice el maestro Eusebio Cárdenas que en Toluca tenemos un rezago de 20 años en el transporte público de pasajeros. En otras regiones de la entidad el rezago debe ser mayor, y basta recordar a los tristemente célebres chimecos, para darse un quemón.
Pero en el caso de Toluca tiene razón. En los últimos 20 años en que he estado yendo y viniendo por la capirucha del estado de México, el transporte no ha cambiado… aunque hay que admitir que ha cambiado de color, porque las viejas unidades de Colón Nacional, 2 de Marzo, Adolfo López Mateos y el resto de líneas que han aparecido en estos años han sido sustituidas por otras —naturalmente, porque todo por servir se acaba, no porque haya genuino interés de modernizar—, pero sus rutas permanecen intactas, sus prácticas de control también y la actitud de concesionarios y empleados sigue siendo la misma.
En otras ciudades mexicanas, en cambio, los sistemas de transporte —o movilidad, dicen los especialistas— han cambiado. Y las normas se cumplen.
Ahí está, por ejemplo, el Optibus de León. Un sistema de transporte troncal y masivo, que acabó con el hombre-camión, modernizó y eficientó el traslado de personas.
León tiene un millón de habitantes. No es una ciudad mucho más grande que la capital mexiquense, aunque sus autoridades en materia de transporte entendieron el problema y pusieron en marcha una serie de medidas que favorecen a usuarios y concesionarios. Tuvieron visión. Los usuarios tienen ahora un sistema de movilidad eficiente y rápido. A los concesionarios dejó de preocuparles si su camión salía a trabajar —o si su chofer chocaba—, pues sus ingresos estaban garantizados por su participación accionaria en una empresa con todas las de la ley.
No sé cuánto tiempo se tardaron en poner en marcha este sistema de transporte que opera desde el 2002 —el que tenga dudas, que indague sobre las “orugas”, como les dicen a los autobuses articulados leoneses—. Pero estoy cierto de que la autoridad supo convencer y los concesionarios entendieron e hicieron suya una oportunidad de negocio.
Supongo que en Toluca nos hacen falta las dos cosas: autoridades que sepan convencer y vender la idea y concesionarios —ahora sociedades anónimas— inteligentes que comprendan las bondades y utilidades a mediano y largo plazo de un sistema ordenado y controlado —ya verían cuánta lana se les fuga— de transporte.
Así que mientras esas sean las carencias, seguiremos viendo en la orgullosa capital del estado de México la guerra del peso, las carreritas por el pasaje, el desorden y la diversidad de criterios —que no de colores, que eso es lo único uniforme—.
Y nos seguiremos rezagando. Otro año y otro más.

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