jueves, 28 de mayo de 2009

Gasto gubernamental/y II

El gobierno —o los gobiernos, si prefieren— gasta parte de sus recursos fuera de sus fronteras geográficas. Es lógico, si estamos en el entendido de que se intenta eficientar el gasto, aunque no siempre se logra.
Lo que sucede es que de pronto a los gobernantes y funcionarios públicos les ha dado por hacer manejo gubernamental algo semejante al manejo gerencial de una empresa. Y el gobierno, me parece, no está para eso.
A menos, claro, que prevalezca el criterio neoliberal del equilibrio en el gasto e incluso el superávit.
El gobierno tiene que gastar para el servicio de la sociedad. Y hacerlo con una visión de Estado, es decir, de estadista, no de gerente.
Hay una sutil diferencia, si me lo permiten: el gerente cuida los intereses de la empresa porque su fin es el lucro, la ganancia. El estadista piensa en los intereses de la comunidad porque sin fin es el servicio, el desarrollo.
Esa ligerísima diferencia hace que piense que a veces en lugar de estadistas tenemos gerentes. Claro, sé que no se puede gastar por gastar y que se tienen que seguir ciertas reglas —producto, por cierto, de los abusos que se cometieron y siguen cometiendo—. Pero el gobernante está ahí para administrar el dinero público de modo que desarrolle a la sociedad, las empresas proveedoras generen empleos y haya un círculo virtuoso en materia económica.
Aunque a veces los únicos que se desarrollan y crecen son los cuates.

martes, 26 de mayo de 2009

Tu abuelita lava ajeno

No sé ustedes, pero que los partidos políticos se gasten la pólvora en infiernitos a mí me repatea.
Ya ni siquiera me divierte que se den hasta con la maceta o que los priistas exhiban a los panistas, los panistas a los priistas y los perredistas a los dos.
Si se agarraran a trompadas Chucho, Germán y Beatriz —o en su caso Murillo Karam— me divertiría. Pero son políticos civilizados y sólo se agarran a místicos youtubazos.
Pero que se gasten recursos públicos para sacarse sus trapitos al sol, me pone de malas. Parecen niños chiquitos: tu abuelita lava ajeno, tu papá es feo, mi carro es más grande que el tuyo.
Con sus debidas proporciones, eso es lo que está pasando en esta campaña electoral con los partidos de Betty, Germán y Chucho.
De ahí en fuera, no hay novedades en estas campañas electorales. Las mismas gastadas y sobadísimas propuestas de todos los procesos electorales desde que tengo memoria.
Aunque bien escondidas, porque lo único que sobresale son los lemas de campaña de partidos y candidatos.
Y los ataques continuos. Las culpas endosadas al rival político. El intercambio inútil de acusaciones.
Porque a menos que alguien haya descubierto la fórmula mágica para convertir el yo no fui en fórmula de crecimiento y desarrollo, seguirá siendo lo mismo de siempre: fórmula de gobierno.
***
Visiten el sitio de internet del noticiario Así Sucede: www.asisucede.com.mx

lunes, 25 de mayo de 2009

¿Dónde están?


Me pregunto ¿dónde habràn quedado las docenas de águilas que señalaban la ruta de la Independencia?
Cuando era un chilpayate, allá por la década de los setentas, en esos viajes fuera de lo ordinario que hacíamos a esa metrópoli llamada Toluca, veía por la ventanilla del Maverick propiedad de mi abuelita, los monumentos en forma de cabeza de águila que algún gobernante decidió poner por todo el camino que la historia señalaba como ruta del padre Hidalgo en pos de la Independencia nacional.
Se contaban por docenas.
Pero algo les pasó. Estorbaron. Llegó otro gobierno y borró todo lo que había hecho el anterior —un clásico mexicano—. Se los robaron algunos coleccionistas. Los quitaron para que nos olvidáramos de que somo independientes. Están en las casas de algunos patriotas funcionarios o exfuncionarios públicos. Las tumbó una epidemia de borrachazos. Quedaron fuera del trazo de las actuales autopistas. Las donaron a museos. Están en Viena, con el penacho de Moctezuma. Las abducieron unos ovnis.
No sabría decirles.
Las opciones anteriores fueron las primeras que me vinieron a la cabeza para explicar el fenómeno de la desaparición de las cabezas de águila que, por cierto, tenían inscrito en un costado la palabra Libertad.
Me acordé de ellas porque por razones que no les importan anduve por la carretera Atlacomulco-Palmillas. Y por más que quise, no pude identificar el encino en el que ofició misa Miguel Hidalgo. El mismo que iban a reproducir en Probosque… Proyecto del que tampoco sé nada.

viernes, 22 de mayo de 2009

Fiestas

Cuando en 1716 fray Tomás de Peñaralva, un oscuro monje del monasterio de Las Tinajas —en el cerro del mismo nombre, en los límites de la Intendencia de México con la Nueva Galicia—, expresó su sorpresa “por la inaudita y libertina forma” en la que se celebraban las fiestas en México, no sabía que con el paso de los años iba a terminar siendo uno de los tratadistas más acuciosos, pero menos esclarecidos de las celebraciones mexicanas.
Recien llegado de Gerona, el fraile fue recibido con un sarao que a su juicio resultó excesivo, “disparatado e insensato”, según la carta que se conserva en el museo de la segunda orden habilitado en la antigua abadía de San Eusebio en la provincia catalana de donde era originario. La carta da cuenta de la molestia del clérigo, así como una relación pormenorizada de los guisos que se sirvieron… lo que daba ya muestras del carácter detallado con el que acostumbrada fray Tomás dedicarse a los menestereres que le resultaban atractivos.
Según cuenta la museografía de San Eusebio, el fraile viajó a las Américas para dar pie a su “encendida vocación evangelizadora”. Se trasluce en su carta, que sus intenciones oficiales eran encontrar a unos indios patarrajadas ansiosos de escuchar la palabra de Dios y a una multitud de aborígenes chilapastrosos a los cuales destinar su ministerio sacerdotal y médico —puesto que siendo su familia andalucí, algo conocía de la ciencias de Averroes—. Aunque extraoficialmente llegaba a hacerse cargo de una encomienda heredada de un tío suyo… que cuando llegó ya no existía o había pasado, gracias a la proverbial corrupción que desde entonces nos aqueja, a manois de un turbio administrador que cuando fray de Peñaralva llegó, le dio a una desconocida que no pasó a mayores gracias a los hábitos que portaba.
Así que enmuinado por su fracaso como encomender terrateniente, el fraile se dirigió a Las Tinajas, a residir con sus hermanos, donde fue pomposamente recibido por la población: carnitas, chilmole, tlayudas, uchepos y corundas, y otros platillos cuyos nombres no señala en su relación, pero describe en su aspecto físico… incluyendo lo que parecen ser acociles o algún otro crustaceo.
Parece ser que sus ideales evangelizadores toparon con el trabajo previo hecho por sus antecesores. También que mientras recorrió varios monasterios empezó a recopilar información sobre festividades tradicionales que combinaban —y combinan— el paganismo y la fe cristiana.
Dignos de atención son sus legajos sobre la fiestas de Santiago Azajo, San Cuilmas Cupareo, Santa Martha La Redonda y Santa Rita —22 de mayo—. Esta última, la que le pareció más pomposa.
Y sobre la que necesitariamos muchos tercios de plana para describir puntualmente las vísperas, fiesta y tornafiesta.
Tal vez será para mejor ocasión. Cuando termine de traducir.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Oda

Hay inventos que uno no valora lo suficiente. Están ahí, a nuestro servicio y sin decir palabra —raro sería que dijeran algo—, esperando a ser usados. Y uno ni se da cuenta de su existencia. A menos, claro está, que sufran algún desperfecto y entonces su ausencia se agigante.
Es el caso, perdonen lo ordinario del asunto, del microondas —o como se escriba—.
Cada mañana, en la madrugada para ser precisos, mi primer alimento de la mañana pasa por el horno de microondas. Abro una puerta, introduzco el recipiente, presiono dos veces la misma tecla, y obediente y sumiso el horno comienza a calentar. Un proceso súper breve que, en otras condiciones no sé cuánto tardaría, cinco o seis minutos con el consecuente gasto de gas butano.
Nunca me lo había preguntado, pero hoy supe que el microondas —o micro ondas o cómo quieran llamarlo… en mi casa se llama el micro y punto— funciona mediante la generación de ondas electromagnéticas en la frecuencia de las microondas, en torno a los 2.5 gigahertz. Es decir, un misterio insondable.
Uno ve que el plato del horno da vueltas y punto
Aunque ya me explicaron que un horno de microondas opera con la siguiente base física: los alimentos contienen normalmente moléculas de agua, éstas tienen la característica de un dipolo eléctrico —como si se tratara de un imán—, es decir, poseen un extremo con carga positiva y un extremo con carga negativa. Las ondas electromagnéticas generado en el horno mueven las moléculas de agua orientándolas en una dirección. Cuando las moléculas de agua se orientan en una dirección determinada, el campo eléctrico se invierte, con lo que todas las moléculas de agua cambian su posición —dan vueltas—. Estas inversiones de la orientación del campo electromagnético suceden rápidamente, a razón de dos mil 500 millones de veces por segundo, lo que produce calor por la agitación molecular. Por lo tanto, el alimento se calienta por excitación de las moléculas de agua, que se están moviendo, girando sobre sí mismas, a gran velocidad.
Como el calor está directamente relacionado con la vibración o agitación molecular, las cosas se calientan.
¿Verdad que es una cosa fenomenal?
Menos cuando uno es un burro redomado en cuestiones de física. O matemáticas, como cuatro de cada 10 estudiantes de tercero de secundaria.
Que supongo que no se interesan ni por el horno de microondas ni por ningún otro implemento doméstico.
Aunque deberían. Por lo menos para no meter las palomitas al revés ni un huevo con cascarón ni un plato vacío.
Loa pues, al microondas. Salve cocinero matinal.

martes, 19 de mayo de 2009

Fotos y candidatos

Cuando leí Soldados de Salamina, Javier Cercas, su autor, se convirtió en uno de mis referentes de la literatura española. Cada dos semanas leo con verdadera fruición —remítanse al diccionario, no tengo ganas de explicar mis palabras domingueras— el artículo que publica en la revista El País Semanal. Que en esta semana se ocupa de la imagen de los políticos.
Muy ad hoc en estos tiempos que vivimos en México, donde los políticos antes que otra cosa nos venden una imagen: nadie se ofrece como estadista, como alguien que puede solucionar los problemas que nos aquejan, como alguien con la capacidad de gobernar sin estridencias. Se ofrecen las fotos retocadas y algunas frases e ideas sueltas.
Dice Javier Cercas: “Desde luego, no conozco ningún político al que no le guste salir en la foto; si existe, cabe sospechar seriamente que es un mal político. Pero el problema no es el político al que le gusta salir en la foto, sino el político al que sólo le gusta salir en la foto; éste no es un mal político: es un político pésimo, un mamarracho aquejado de mediopatía al que, por el bien de la política —o sea, por el bien de usted y de mí, amable lector—, conviene echar cuanto antes y a patadas de la política. Frente al fanático de lo real, el fanático de lo simbólico: lo simbólico sin lo real es pura nadería; lo real sin lo simbólico acaba siendo ineficaz, que es otra forma de la nadería. Yo creo que los políticos tienen la obligación de no obligarnos a elegir entre esos dos fanatismos”.
Pues eso.
Ahora que los políticos mexiquenses nos venden ante todo una foto o una pose, que tarde que temprano se agotan —especialmente las poses, porque luego el o la que se declara gran cuate y amigo de la fanaticada o de la militancia, se olvida de todo muy rápidamente—, los electores comunes y corrientes deberíamos observar quién es capaz de mentirnos desde la foto. Porque si son capaces de mentir con su fisonomía, serán capaces de mentir en todo lo demás.
Y no, no me sorprendo. Ya sé que no es nuevo. Pero en medio de las campañas electorales la mediopatía —que dice Cercas— está más vigente que nunca.
Y camino al 2012 seguro que será peor. Porque podría gobernarnos una fotografía.
***
Mario Benedetti falleció el pasado fin de semana.
No puedo decir mucho de este escritor uruguayo, porque siendo más reconocido como poeta, y dado que la poesía no se me da, lo leí poco. Hace décadas leí Pedro y el capitán. Hace poco, Montevideanos.
Pero lo que tengo que decir es que se trata de una pérdida importante en la literatura en español.

viernes, 15 de mayo de 2009

Los aguaceros de mayo

A la hora que me citabas,
caía el aguacero y yo abajo de él
Los Bribones
Se mira relampaguear,
el cielo está encapotao
Tomás Méndez

La tradición dicta que este 15 de mayo se arrancan las lluvias.
Cosa que, como campirano que soy, me causa un gran gusto.De hecho, las lluvias me gustan sobremanera. El olor a tierra mojada es uno de los mejores aromas del mundo.
Aunque, claro está, en un país donde llueve seis meses del año, las precipitaciones pluviales terminan por cansar.
Sobre todo cuando lo que hemos hecho por siglos los seres humanos se vuelve en nuestra contra.
Apenas comienza la temporada de lluvias y los efectos de las acciones humanas ya se notan. Porque no es casual que calles, avenidas, estacionamientos y domicilios se llenen de agua. Cualquiera debería saberlo: el agua reconoce sus cauces naturales, así estén pavimentados o llenos de casas.
Y entonces ocurren las tragedias. El drama anual producto de las precipitaciones pluviales. Porque no es que llueva más, lo que sucede es que somos más seres humanos asentados en lugares de alto riesgo. En muchos casos, por una imperiosa necesidad de un lugar para vivir. Porque no hay otra alternativa.
La cadena de desgracias anuales que estamos por vivir —y por ver— tiene que ver con la anarquía con la que se hacen las cosas en México. Porque los asentamientos humanos en lugares de riesgo no aparecen de la noche a la mañana. Porque a las organizaciones que enarbolan la necesidad de vivienda en México no les importa la seguridad de las familias. Porque los funcionarios públicos se hacen de la vista gorda.
Pero la culpa la tienen las lluvias. Que no podemos prever, dicen las autoridades —y repiten cada vez que sucede una contingencia—.
Y las lluvias se convierten en el enemigo invisible e impredecible.
Que benévolamente oculta las carencias de quienes deberían conducir el desarrollo. Los verdaderos responsables.
***
Felicitaciones a los maestros en su día. Especialmente a los de mi generación en la primaria Filiberto Gómez y a los de la secundaria Antonio Caso.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Antonio Vega


En mi época de preparatoriano imberbe en la prepa 3 —generación 87-90—, mi origen pueblerino me ponía frecuentemente ante grandes hallazgos. Especialmente en materia musical.
Era la época del bum de W Radio —Martín Hernández, González Iñarritú y Charo Fernández que eran verdaderos ídolos juveniles— y del rock en tu idioma. Así que como en mi casa apenas se veía el canal 2 y se escuchaba La Pantera 590, pues estaba fuera de onda.
Por eso saber de la existencia de Nacha pop fue pasmoso. En aquella parte final de la década de los ochentas el grupo llenó la plaza de toros México y el lunes siguiente, Óscar Monroy Gómez Tagle —luego conocido en el Tec de Monterrey como El Woody— nos contó la proeza. Pero los Nacha pop se separaron un año después. Casi los olvidé.
Hasta que a mediados del 2004, en un curso de periodismo de El País en Madrid —nótese como sin querer se señalan los viajes del arriba firmante— Nereida Cea y Pablo González de Pola hablaban en una cena de música. Y mencionaron a Antonio Vega. El más grande, dijeron. Como tenía planeado comprar algunos discos, pregunté por el tal Vega. La respuesta me remitió a Nacha pop.
Así que saliendo del curso-internado busqué alguna de sus grabaciones en solitario. Me encontré con un genio. Y poco ha poco, en cinco años, he conseguido cuanto disco de Antonio Vega he podido, algunos de chiripa en tiendas especializadas, otros por internet, algunos regalos de la madre patria.
Y ayer por la mañana, mientras revisaba el diario El País me encontré con una noticia que muchos esperaban hace años —ya saben, las drogas destruyen—: Antonio Vega había muerto a los 51 años, víctima de una enfermedad del sistema respiratorio.
Los homenajes y las referencias en los medios de comunicación españoles no se han hecho esperar. Elogiado por todos, Antonio Vega tiene canciones que, como dice el crítico Diego A. Manrique, “despiertan escalofríos multitudinarios. A pesar de su hermetismo textual, transmiten la pulsación de la experiencia intensa, el pasmo del descubrimiento intransferible”.
La mejor de sus canciones, sin duda es Chica de ayer. Pero también me quedo con Estaciones, Esperando nada, Una décima de segundo, Persiguiendo sombras, Desordenada habitación, Puertas abiertas, Lucha de gigantes, Tesoros, Seda y hierro, Elixir de juventud, Ángel de orion, Se dejaba llevar por ti, Te espero… y muchas más.
Descanse en paz.

martes, 12 de mayo de 2009

Por sus obras…

Los conoceréis.
Y no, no me refiero a los candidatos de ningún partido político y a ningún puesto de elección popular.
Claro, para ellos esta frase también es un buen parámetro, sobre todo cuando hay tantos políticos profesionales que están en pos de un nuevo cargo de elección popular y prometen el oro y el moro.
En realidad me refiero a nuestras benditas autoridades educativas. Las que este fin de semana estuvieron atentísimas de la limpieza y desinfección de 23 mil escuelas en toda esta entidad federativa llamada México.
¡Qué despliegue! ¡Son unos verdaderos capos! Las escuelas quedaron relucientes, limpias, sin un solo germen… hombre, ni cuando estaba recién inauguradas se vieron tan aseadas, pulcras e inmaculadas.
Desde luego, para eso fue menester utilizar la mejor tecnología. Es decir, lo último.
Aquellos padres de familia que llegaron con el tradicional detergente Roma —o Foca o los más pipirisnais, Ariel—, sus escobas, trapeadores, jergas, cubetas y su rendidor cloralex, se les dieron las más cumplidas gracias, pero se les despidió con cajas destempladas.
“Está bien que estemos en emergencia —refieren que dijo en un aparte una de las más altas autoridades—, pero no les pedimos frías. Que se vayan con su detergente corriente y nos dejen trabajar”.
Los padres de familia que se habían acercado a las instituciones escolares pudieron ver, con una cara de asombro así de grande, que los más modernos aditamentos para limpieza profunda se ponían en marcha. Y en menos que se los cuento, todos y cada uno de los salones de las escuelas mexiquenses quedaban rechinando de limpios.
Un momento inenarrable. Las autoridades se pusieron las pilas y cumplieron como los merititos machos —es una frase hecha, por favor, no se moleste ninguna cumplida dama—. Un aplauso unánime se escuchó cuando la última pompa de jabón se rompió en el virginal aire escolar. Aunque esta expresión de júbilo popular fue pronto censurada por una de tantas autoridades: “es nuestro trabajo, hagan favor de dejar sus aclamaciones para cuando hagamos algo extraordinario”, dicen que dijo, porque nadie escuchó, dado que en ese momento irrumpía en el ambiente una porra.
Y sí. Se la habían ganado.
De hecho, desde aquí propongo que ante tal muestra de determinación les echen el avío.
Perdón… a la bio, a la bao…

lunes, 11 de mayo de 2009

Arcos del sitio


Por razones que sería más bien largo enumerar —aunque una de ellas fue la celebración del día de la madres—, me apersoné en el Centro Ecoturístico y de Educación Ambiental Arcos del Sitio, enclavado en el Parque Estatal Sierra de Tepotzotlán, perteneciente a los terrenos comunales de San Francisco Magú, una comunidad cuyas características la hacen especial y de la que otro día hablaré.
Primero debo decir que el parque es bonito. Pero que seguramente hace cinco años, cuando lo inaguró el entonces gobernador Arturo Montiel, debe haber sido mucho más bonito. Ahora digamos que empieza a acusar el paso del tiempo y, por qué no decirlo, el olvido: nadie de los que en aquel 2004 tomaban decisiones en la coordinación de áreas naturales protegidas —o algo así se llama o llamó la dependencia— se encuentra en alguna dependencia relacionada con el asunto; y tengo razones fundadas para creer que la Secretaría del Medio Ambiente es la beca más grande del gobierno estatal.
En fin: que a pesar de que es la propia comunidad de San Francisco Magú la que se hace cargo del parque, pues seguramente los ingresos son insuficientes para darle mantenimiento a las instalaciones —hasta las letras de la placa que recuerda la gloriosa inauguración ya se cayeron—. En las que empieza a notarse el deterioro —los puentes colgantes, por ejemplo, están destinados a que pase lo mismo que con el puente colgante de Zacango o el de El Ocotal—.
Pero donde se nota más que han pasado cinco años es en la carretera que une la vía Tepotzotlán-Villa del Carbón con el centro ecoturístico —la parte de educación ambiental juro que no la vi y ni me enteré de quién los construyó—. El paso continuo de camiones materialistas tiene la carretera hecha un muladar. Es decir, hay partes en donde es indispensable ampliar la carretera porque los baches ya no caben.
Es lógico, la ecuación: paso permanente de camiones pesados cargados de materiales para la construcción sumado a una carpeta asfáltica delgadita, elevada a la idea de taparle el ojo al macho mientras viene el gobernador en turno, da como resultado una carretera en la que hay que ir midiendo milimétricamente no para evitar el bache, sino para caer en el menos profundo.
Por lo demás, quedé completamente agotado. No sé cuántos kilómetros caminé para hacer el recorrido completo. Pero como nadie ni un méndigo anuncio indica la distancia del recorrido, chicos y grandes se lanzan con singular alegría sin saber lo que les depara el destino.
De Tepotzotlán no me quejo. El Museo Nacional del Virreinato estaba exactamente igual que cuando la última vez lo dejé encargado y les dije: “hay de ustedes si le pasa algo al último reducto de los jesuitas”.
Y por lo visto me hicieron caso.

viernes, 8 de mayo de 2009

Olmedo


Había en Piedras Negras, en el tercer piso departamento 5 del número 401 de la calle de Monterrey, un buen hombre que llamado Olmedo, que tenía el singular don de poder estar en varios lugares al mismo tiempo.
Era este Olmedo lo que se puede llamar un hombre ordinario.
Según contaba mi señor padre —que en gloria esté—, Olmedo no presumía de su omnipresencia. Para él era, incluso, una carga. Mi padre, que trabajó en el Resguardo Aduanal, adscrito a la frontera con Eagle Pass, Texas, trabó relación con el sujeto cuando revisaba su automóvil en el sencillo puente internacional y simultáneamente ayudaba, a unos metros de la frontera, a reparar una llanta a una gringa que contrataba trabajadores de la construcción.
Poseer el don de la ubicuidad era para Olmedo verdaderamente engorroso. Sobre todo a raíz de que confesó a su mujer la posibilidad que tenía de estar en dos o más sitios al mismo tiempo.
Por un descuido, hay que decirlo: cierta vez que se presentaba la caravana Corona en la limítrofe ciudad coahuilense, Olmedo y familia no tenían con quien dejar a sus menores hijos. Ya saben: la hermana también iría a ver a Miguel Aceves Mejía, la suegra tenía delirio por escuchar a Toña La Negra, la cuñada se negaba terminantemente a dormir en Piedras Negras —puesto que vivía del otro lado— y Olmedo tuvo el tino de decir que con tal de escuchar a Meche Barba —que era un mango— era capaz de quedarse a cuidar a sus chamacos.
Desde luego, aquello fue el acabose. Y sin darse cuenta, Olmedo reveló el secreto: estuvo en la presentación de la caravana y cuidó a sus hijos. Desde entonces, en su mujer todo fueron celos. “Sabrá Dios dónde estarás”, reclamaba con frecuencia mientras Olmedo le aseguraba que solamente allí: en el tercer piso departamento 5 del número 401 de la calle de Monterrey… aunque en ese momento esquiaba en los Alpes suizos con una francesa que tenía un ligero aire de Brigitte Bardot… y apostaba a la ruleta en Las Vegas, al lado de dos bombones y un jovencito Paul Anka.
Memorable fue el día en que Olmedo fue a parar a la cárcel de Piedras Negras. Naturalmente, en un esfuerzo desesperado de su legítima por evitar las que ella suponía —no sin razón— correrías y aventuras sin fin.
Una tarde, escribió a su mujer: “Muy señora mía: después de tres meses terminé ya el volumen número dos de El Quijote de la Mancha, un libro que he encontrado muy ilustrativo. Particularmente en su parte final, con esa referencia a las playas barcelonesas, adonde, movido por la curiosidad, me encuentro en este momento con una amiga catalana avecindada en Murcia. Le haré llegar la postal relativa. Aunque en realidad el motivo de la presente es pedir una edición respetable de La Guerra y La Paz, así como una guía de viajes por la Unión Soviética. Suyo al 100 por ciento, afectuosamente, Olmedo”.
Pero, cuenta mi señor padre, que el excéntrico Olmedo, repudiaba su gracia. Y nunca abandonó Piedras Negras. Aunque muchas veces —eso lo recuerdo yo— pasaba por la casa a jugar dominó y tomar una cuba de Don Pedro. Con cara de hastío, pero unos ojos brillantes.

jueves, 7 de mayo de 2009

Dos temas dos

El primero es el fallecimiento de Manuel Capetillo Villaseñor, vecino de Capulhuac, pero nativo de Ixtlahuacan, Jalisco.
Torero y actor, básicamente. El llamado mejor muletero del mundo —por esos largos pases en redondo— falleció el martes por la mañana en Nayarit. Dejó, desde luego, una familia dedicada a la farándula —incluyendo a Manuel, quien abrazó la labor de conductor de programas religiosos—, pero por sobre todas las cosas dejó la herencia del toreo alegre mexicano.
Como pocos. Porque por lo general los toreros son serios y muchos se ensimisman a la hora de torear. Pero las faenas de Capetillo Villaseñor eran siempre alegres, festivas y jaraneras. El carácter jalisciense se desbordaba, cuan largo era, en sus pases de capa y muleta.
Cuento lo que he visto en videos. Y lo que cuentan viejos aficionados. El Manuel Capetillo que conocí hace una década —en una gira con el entonces gobernador César Camacho, cuando invitaban a giras con el gobernador— era alegre y dicharachero, simpático desde la primera impresión.
Descanse en paz.
***
El mejor trabajo del mundo, ese que hubiéramos querido muchos, fue para un súbdito de la pérfida Albión.
Se trata de Ben Southall, de 34 años, que será el encargado de cuidar durante seis meses Hamilton, una isla tropical en Australia. Por ese trabajo de seis meses, ganará la friolera de 110 mil dólares.
Elegido entre cerca de 35 mil aspirantes —pocos latinoamericanos, por cierto— que se presentaron al concurso por internet organizado por el departamento de Turismo del estado australiano de Queensland, además del salario, el puesto de “vigilante” en Hamilton incluye una casa en la playa con tres dormitorios, piscina y un carrito de golf para recorrer la paradisiaca isla.
El trabajo de Southall comenzará el próximo 1 de julio. A partir de entonces, se relajará, escribirá, disfrutará del clima tropical y nadará en las cristalinas aguas de esta isla situada en la Gran Barrera de Coral.
Southall ha trabajado como guía turístico en África, dirigido proyectos de caridad en el Reino Unido, organiza un festival de música, y es un aficionado al maratón y a escalar montañas.
Por cierto, la campaña que ofreció “el mejor empleo del mundo” ha generado unos 75 millones de dólares en publicidad para la isla, lo que el departamento de Turismo de Queensland ha calificado como un éxito, pues invirtió apenas 1.25 millones de dólares en la convocatoria que en los primeros días recibió casi 20 mil solicitudes.
En las que estuvieron las de algunos mexicanos que no corrieron con suerte. Ahora, en el mejor de los casos buscarán chamba en las ferias del empleo. De lo que sea.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Paliacate

Agobiado por las medidas sanitarias impuestas por el gobierno federal, busqué y busqué, sin encontrar, tapabocas de a peso.
Solamente en una farmacia hubo —no esperen que diga el nombre—, pero a 3.50 pesos. Así que era eso o nada.
Lo tuve que tomar. Para mi familia. Pero yo, me compre un paliacate.
Para sustituir uno muy bonito de color negro con un alacrán impreso en el centro, que me acompañó durante años por lienzos charros y rodeos —incluyendo, por supuesto, el Rodeo Santa Fe, del que tan buenas memorias guardo—, pero que no pude encontrar.
El último tapabocas que tengo para mi uso persona es el que traigo colgado al cuello hoy. Es azul, sencillito, delgadito y me costó un peso con 50 centavos. En su momento no compré más porque desestimé la alerta sanitaria. No pensé que la cosa iba a pasar a mayores.
Y ahora, conversando a dos metros con 25 centímetros de distancia, sin corbata, lavándome las manos cada que puedo, me arrepiento de no haber acaparado tapabocas para revenderlos hoy con un margen de ganancia de más de 100 por ciento.
Eso sí, estoy dedicado a la ardua tarea de fabricar alcohol en gel. Con un procedimiento que me remitió a la secundaria —la federal número 91, Antonio Caso—… Pero no porque tuviéramos un laboratorio en la escuela, sino porque para hacer algunos experimentos era necesario usar los utensilios domésticos como cucharas, tazas y flaneras.
De modo que con un batidillo monumental, he logrado que la mezcla de alcohol, carbopol, trietanolamina y glicerina se convierta en una masa pastosa, de color indescifrable, pero que huele a alcohol y se comporta como el gel que está tan escaso en las farmacias y en cualquier tienda donde se expendan materiales médicos.
A eso nos ha obligado a algunos la actual contingencia. Sobre todo cuando a) es imposible lavarse las manos cada 30 minutos como recomiendan las autoridades y b) no hay alcohol en gel en ninguna parte —exceptuando, desde luego, los discursos políticos—. Sin embargo, los menjunjes caseros funcionan.
Sólo en el caso de los tapabocas estamos a expensas de la industria correspondiente. Sobre todo cuando las máquinas de coser son un implemento del que ya carecen la mayoría de los hogares mexicanos —así como en el pasado casi todos tenían—.
Por eso lo del paliacate.
Con el que a partir de hoy me voy a embozar. Sólo les pido, por favor, no ser confundido con algún maleante.
Y para mayores señas aviso: mientras dure la emergencia, el del paliacate anaranjado soy yo.

martes, 5 de mayo de 2009

Nuestros políticos en campaña

No sin cierta sorpresa revisé los datos de la encuesta nacional sobre cultura política y prácticas ciudadanas: resulta que a los mexicanos en general la política nos viene valiendo un soberano cacahuate.
96 de cada 100 desconfiamos de los políticos y apenas uno de cada cuatro ha participado en algún asunto político adicional a la emisión del voto.
Dicho en pocas palabras: tenemos un marcado desinterés y una incultura política galopante.
Y claro, por eso cuando de política se trata, las cosas están como están. Por eso también somos incapaces de exigir nuestros derechos y demandar que las autoridades cumplan con sus obligaciones.
Desde luego, nuestro desinterés no es casual: aquel que exige y cuestiona es inmediatamente calificado como alborotador, argüendero, peligroso, opositor y quién sabe cuántas cosas más. Por eso preferimos quedarnos tranquilos, mientras una gavilla de políticos —de todos los partidos— hace y deshace a su antojo, sin contradicción popular. Preferimos ser agachones que ser señalados como levantiscos.
Mientras ellos se eternizan.
Hoy alcaldes, mañana diputados, después funcionarios, más tarde gobernadores, luego otra vez legisladores, funcionarios, senadores, diputados, comisionados… y así hasta nunca acabar.
Porque dicen que vivir fuera del presupuesto es vivir en el error.
Aunque ellos dirán que tienen un manifiesto deseo de servirle al pueblo.
Como lo han hecho una y otra vez.
Aunque de nada hayan servido. Hoy se dan cuenta de que las clínicas y centros de salud no atienden las 24 horas del día, que los servicios públicos tienen deficiencias, que la seguridad pública no ampara a nadie, que los gobiernos cometen errores, que la educación es mala, que hacen falta caminos, que se necesitan escuelas, que se requieren hospitales, que urgen los empleos, que la economía debe crecer, que las leyes deben perfeccionarse, que se necesita hacer obra pública, que es indispensable mejorar el abasto de agua, que la procuración de justicia es infame, que debe aumentarse la cobertura del servicio eléctrico…
Y mil y un cosas más.
De las que sólo se dan cuenta cuando están en campaña.
Antes, cuando tuvieron una responsabilidad pública estaban ciegos y sordos —ni los veo ni los oigo, dice el clásico salinista—. O algo así, porque solamente eso explica sus descubrimientos y promesas de enmienda —porque eso parecen—.
Que se esfumarán en cuanto alcancen el anhelado cargo público. Y entonces no conozcan a nadie ni saluden a nadie. Y se rodeen de vallas infranqueables y múltiples funcionarios menores cuya función sea ayudar a que nadie les recuerde lo que hoy pregonan.

lunes, 4 de mayo de 2009

Conspiración

Media docena de correos electrónicos han llegado hasta mi buzón con la teoría de que la epidemia de influenza es producto de un compló internacional.
Las conspiraciones internacionales se las dejo a las películas de James Bond. Así que el compló de petatiux que enarbola el correo electrónico que comienza con “Me acaba de llegar este correo, creense su propia opinion (sic)”, me hace opinar que los conspiracionistas son más peligrosos que la influenza porcina misma.
Además de unos alcornoques en materia de aritmética. Cosa que deduje fácilmente en los primeros párrafos del mensaje en cuestión: dicen que en la reunión de los G7 se tomaron dos conclusiones fundamentales y enlistan tres. Adicionalmente, al señalar los integrantes del G7 mencionan seis países.
Mejor que un sketch de Los hermanos Lelos. Todavía lo leo y me muero de la risa.
Enseguida una serie de hechos inconexos, que para efectos del compló poco se necesita para enlazarlos. Por ejemplo, decir que Sanofi Aventis anunció el 27 de abril “que inyectara 100 millones de euros en una nueva planta de vacunas”… el anuncio, real, ocurrió el 19 de abril, y la planta se construye desde hace semanas en Ocoyoacac, en el estado de México.
Luego, los conspiracionistas hacen una afirmación sin sustento: la industria farmacéutica “a nivel mundial tenía problemas financieros por la baja en la venta de medicamentos”. Ajá, cómo no. Como si la gente que se enferma todos los días de mil y una enfermedades no comprara ni una triste aspirina.
Sin olvidar sus conclusiones irrisorias. Como decir que hay dos alternativas: que continúe la suspensión de clases o decir que se controló la enfermedad. Sí, verdad. Nomás hay de dos sopas, con compló o sin él. Si hasta las conspiraciones tienen algo de lógica, así sea para tener la razón pase lo que pase.
Pero lo mejor viene en una serie de cuestionamientos finales. Que por absurdos son geniales. Como: “Si la influenza porcina es una mutación del virus original de los cerdos, entonces el brote de la infección debería haber comenzado en el campo y no en la ciudades”. Por supuesto, respondo: ¿o es que nadie ha escuchado hablar de la metrópoli veracruzana llamada La Gloria?, ¿esa fastuosa ciudad de millones de habitantes?
Y esta otra: “¿Por qué no han dicho el nombre del retroviral que esta ‘curando’ a la gente enferma?”.
Para responder esa pregunta basta con estar medianamente informado. El nombre comercial es Tamiflu y la sustancia activa es el oseltamivir. También está el zanamivir, cuyo nombre comercial es Relenza o Relenz. Por cierto, ninguno de los dos los fabrica Sanofi Aventis.
A los mentecatos autores del correo electrónico les preguntaría: ¿Por qué no se ponen a buscar ovnis o al unicornio azul? Juro que sería más provechoso.