miércoles, 29 de abril de 2009

Paranoia

Estaba en una farmacia, por razones que no viene al caso contar —y porque no se me da la gana—. Frente a mí, un par de mujeres exigían desaforadas que la dependienta les mostrara uno de los tantos productos que se expenden en cualquier botica seria.
Madre e hija, supongo, iban perfectamente cubiertas con su tapabocas semi industrial. Sí, no el típico azul, verde o blanco que se atora con una liga, sino aquel grueso que parece una concha, lleva en la parte de la nariz una cinta metálica y se utiliza para pintar o hacer labores de carpintería. En pocas palabras, un tapabocas reforzado.
Tenían enfrente un litro de alcohol, vitamina C en pastillas y la dependienta les llevó tres distintas presentaciones de algodón. Mientras esperaba a que me surtieran la receta, se debatieron entre la presentación mediana y la extragrande: la hija sugería la mediana, pero la madre optó por la jumbo. La menor, ya entrada en carnes, cedió.
Al pasar a la caja, entre la señoras en cuestión y el arriba firmante quedó un fulano.
Que tuvo la osadía de toser.
¡Uy! No lo hubiera hecho: la mayor de las mujeres se hizo a un lado a la velocidad de la luz y sobrevino el reclamo: ¡Señor, no me tosa! —¡No es broma!, intervino la más joven, echando mano a sus fierros como queriendo pelear. En esas estaban cuando la demanda de pago de la cajera disipó la tormenta reclamando el justo pago por la mercancía adquirida.
Pero esta empleada de botica cometió el error de toser. ¡Cajum! Sin aviso de por medio y sin cubrirse la boca con la parte interna del codo —como mandan los cánones—.
Ya se imaginan: nuestra preocupadas mujeres pusieron el grito en el cielo. ¡Señorita —exclamó la más vieja—, si usted se quiere morir es su problema! ¡Qué no se da cuenta de que toser así es como darme un balazo! ¡Es como el Sida!
Enseguida, en un tono que me pareció de perturbación, explicó —déjenme anotar que la cajera no ponía atención— en voz alta, supongo que a la concurrencia, que el alcohol y el algodón eran para limpiar utensilios en su casa. Enseguida, dirigiéndose a su compañera de compras, opinó que con haber estudiado la primaria era suficiente para darse cuenta de la peligrosidad de toserle a la gente.
Desde luego, disimulé una carcajada. A veces ni una Maestría en Salud Pública con Especialización en Administración de Empresas y Sistemas de Salud, pensé. Por fortuna, llevaba uno de esos tapabocas que ahora lleva uno como parte del uniforme de diario.
Pero lo más bonito fue cuando la cajera entregó el cambio. La matrona ni se acercó —no le fueran a toser más de lo tosida que ya estaba—. Pero la joven recibió con la punta de los dedos los billetes y de inmediato los roció con un spray así de chiquito, supongo que en un esfuerzo supremo de desinfección.
Sólo espero que después de tantas precauciones, haya funcionado. Porque, como dicen en mi pueblo, nadie tiene la vida comprada.

martes, 28 de abril de 2009

De película


Perdónenme la falta de reverencia que viene a continuación.
Pero el caso lo amerita.
Verán: cuando el gobierno federal decidió anunciar la suspensión de clases y dio a conocer la epidemia de influenza porcina, lo primero que se me vino a la cabeza fue la película Exterminio —28 days later, es su título original en inglés—, del director Danny Boyle, el mismo de la ganadora del Óscar Quiero ser millonario —Slumdog Millionaire—.
La idea regresó cuando ayer lunes 27 de abril las autoridades federales informaron que ya pensaban en el cierre de las fronteras.
Si la vieron, saben a lo que me refiero. Si no, deberían verla. Pero les cuento:
La historia comienza cuando una incursión de activistas a favor de los derechos de los animales libera a un grupo de monos infectados con un contagioso virus que se transmite a través de la sangre. La infección pronto se extiende por todo el Reino Unido, transformando a casi la totalidad de la población en seres violentos y primitivos y obligando a declarar una cuarentena total sobre la isla.
El protagonista despierta de un coma en un hospital londinense 28 días después de iniciarse la pandemia. Al salir del hospital descubre una ciudad de Londres desierta y apocalíptica. Es atacado, pero dos sobrevivientes lo ayudan contra los infectados y lo llevan a su escondite. El virus se contagia por mordeduras, sangre y saliva, y que el virus se demora 20 segundos en hacer efecto. Tras muchas peripecias escuchan un anuncio por radio del ejército que ofrece seguridad y un nuevo comienzo, así que se dirigen al norte hacia Manchester. Cuando llegan, encuentran todos los helicópteros y autos militares vacíos. Pero hay un grupo de sobrevivientes que utilizan una mansión como refugio, pero intentan convertir a las mujeres protagonistas en esclavas sexuales. Sin embargo, los protagonistas consiguen escapar y los militares mueren.
Las últimas escenas de la película muestran a los protagonistas en una pequeña casa en el campo, fabricando un enorme cartel que dice “hello” en espera de ser rescatados por los aviones de reconocimiento que sobrevuelan.
Pues eso:
Dado que el virus de la influenza porcina se contagia por contacto humano y veo a medio mundo con tapabocas, pues sólo espero que alguien me estornude para infectarme. En venganza, hacer una infectadera… Y que de pronto México entero quede aislado, mientras nos vamos enfermando del virus de la influenza porcina poco a poco.
Desde luego, en este escenario la mayoría de los mexicanos colgamos los tenis.
Como los ingleses en la película.

lunes, 27 de abril de 2009

Lo que nos faltaba


Como dicen en mi pueblo: ya éramos muchos… y parió la abuela.
Pues eso: ya no estaba yendo del carajo —crisis, desempleo, inseguridad, ejecuciones, narcotráfico, México pierde ante Honduras, más crisis, más desempleo, más violencia… por si ya se les había olvidado— y una epidemia de ébola… digo, de ántrax… digo, de Síndrome Respiratorio Agudo Severo… digo, de gripe aviar… digo, de influenza porcina, se nos vino a presentar a 15 días de que comiencen las campañas electorales.
Es decir, estamos en medio de una verdadera tragedia, cuyas consecuencias son de pronóstico reservado.
Por lo pronto, con lo previsores que somos los mexicanos —eso de planear y prever se nos da que ¡qué bárbaros!—, saldremos de esta para cuando “el presidente del empleo” esté a punto de entregar su administración.
Pero, eso sí, todos con nuestro respectivo tapabocas.
Porque deben saber que toda farmacia que se considere a sí misma decente en el Distrito Federal, estado de México, San Luis Potosí y comarcas aledañas, agotó desde el viernes su dotación de máscaras antigás —léase tapabocas—. Nunca antes la hoy floreciente industria de fabricar tapabocas había recibido tal demanda de su mercancía —al grado de que se está pensando en declarar epidemias cada cierto tiempo para que este sector saque a la economía del atolladero—.
Lo mismo pasa con el alcohol antibacterial en gel —si untado es bueno, cómo será tomado, me dijo un paisano que ya se había untado por dentro una dotación—. Las botellas de todos tamaños, especialmente las que tenían olor a alcanfor, se agotaron en menos que se los cuento.
Pero esa es otra historia.
Lo que les digo ahora a mis cuatro lectores es que la ley de Murphy se cumple a pie juntillas: si las cosas van más, pueden empeorar.
Y que no importa lo que seamos capaces de hacer, porque todavía puede ser peor.
Si no lo creen, piensen en su situación personal, ustedes que son trabajadores y padres de familia —como el arriba firmante—: hace apenas una semana que se habían terminado las vacaciones y todo el mundo respiraba tranquilo. Pero no terminó ni una semana de clases cuando los niños volvieron a sus casas, adonde permanecerán por lo menos hasta el 6 de mayo.
Pero la epidemia de influenza porcina que nos ataca ha obligado a cerrar todos aquellos lugares de multitudinaria convivencia, de modo que los niños se tienen que quedar en casa encerrados a piedra y lodo.
Lo que entraña un nuevo problema: no hay niño peor que el que está encerrado en casa por semana y media.
Lo que me lleva a citar la ley de Pudder: Todo lo que empieza bien, acaba mal: Todo lo que empieza mal, acaba peor. Y agregar: Nada es tan malo nunca como para que no pueda empeorar.

jueves, 23 de abril de 2009

Los libros

Se celebra hoy el día del libro.
Un día muy bonito. Como el día del niño. O del día de la madre.
Con una única excepción: nadie le regala nada a los libros. A veces ni siquiera una ojeada.
Ya saben: México es un país con muy pocos lectores y el promedio de lectura de los mexicanos es de medio libro al año, según algunas estadísticas. Otras sugieren libro y medio. Pero eso es lo de menos, porque lo que implica una estadística de esta naturaleza es que hay mexicanos que no leen ni un ejemplar de El libro vaquero en el año —cosa que supongo contaría para la estadística—.
A mí me gusta leer. Casi todo lo que cae en mis manos. Salvo algunos autores que encuentro ilegibles y libros de poemas que siempre encuentro incomprensibles —a la poesía en sí no le entiendo—. Desde chiquillo encontraba en la lectura mundos nuevos al alcance de un pueblo de —entonces— mil y tantos habitantes. No había internet ni wii. De lo contrario, nunca habría leído el enfrentamiento entre Mano amarilla y Bufalo Bill o acudido al faro del fin del mundo o cazado en Sumatra y Java o al lado de Demetrio Macías o Pepe El Diablo.
Pero para que les cuento.
Porque hoy lo que importa es el libro. El que sea. Bueno o malo. Best seller o infumable. Aunque debo destacar a los clásicos. Esos que hay que leer —aunque algunos resulten francamente engorrosos— porque hay que leer. Así sea unas líneas en la primaria, secundaria o preparatoria, pero casi todos entramos en contacto con los clásicos alguna vez en la vida.
De hecho, en alguno de los varios libros de memorias de José Vasconcelos —porque son tantas sus memorias que están divididas en varios libros— leí que cuando este personaje fue secretario de Educación Pública, se propuso editar una colección de libros clásicos que debían estar presentes en todas las escuelas del país. Algo así como las bibliotecas de aula de la actualidad, pero con calidad, en vez de cantidad —no importa qué leen los niños, el chiste es que engrosen la estadística—. No lo hizo y no recuerdo por qué, pero seguro que la culpa fue de alguno de los generalotes de la época posrevolucionaria.
Por eso ahora me ha regocigado el hecho de que alguien —no sé quién y es lo de menos— tuvo el tino de editar en la costosa Biblioteca Mexiquense del Bicentenario una serie de clásicos: Virgilio y Horacio, Esquilo, Sófocles y Eurípides, Platón, Plutarco, Don Juan Manuel y varios más.
Si esa colección de clásicos llega a donde debe llegar —es decir, a los infantes mexiquenses—, la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario se justifica por completo.
Y si esos escolapios son alentados a leer los clásicos hasta ahora publicados. Y se publican más. Pues qué mejor.

miércoles, 22 de abril de 2009

Enlace

Por estos días los párvulos de primaria y secundaria pasarán el trago amargo de resolver la prueba Enlace.
Un examen que nunca he acabado de entender, pero que en palabras del secretario de Educación Pública, Alfonso Lujambio, “es una prueba que además de promover una cultura de información, transparencia, evaluación y rendición de cuentas, está orientada a buscar la mejora de los procesos educativos, identificando las áreas en las que los padres de familia, los docentes y directivos, los estudiantes y las autoridades educativas de todo el país, debemos trabajar más por la calidad de la educación”. Definición que ha acabado de enredar las cosas con el arriba firmante.
Porque no sé qué mide la prueba Enlace.
Lo único que sé es que ha venido a ponerle en la meritita torre a la educación en México.
Me explico: los funcionarios, directores y maestros de primarias y secundaria se preocupan mucho por salir bien calificados. No vaya a ser la de malas que su escuela o grupo resulten los más burros de la república mexicana. De modo que para eludir esa posibilidad le dedican semanas enteras a estudiar lo que viene en el prueba Enlace. O lo que creen que viene en la prueba Enlace.
Desde luego, descuidan todo lo demás.
Por supuesto, no espero que nadie admita que así es. Pero cualquiera que tiene un hijo en alguno de los grados en los que se aplica la famosa prueba, sabe que días de clase completos se dedican a preparar el examen de marras.
Lo que implica, necesariamente, el abandono de otras materias y conocimientos.
No sé qué sucedía en el pasado reciente antes de la aparición de la famosa Evaluación Nacional del Logro Académico en Centros Escolares —que es lo que significan las siglas Enlace—. Pero sí se que los maestros, alumnos, directivos y padres de familia lo hacen reverencias.
Entre otras cosas porque la educación ya no se imparte con el mismo estándar en todas las escuelas. Desconozco la razón. Tampoco sé por qué ahora en primaria los exámenes para un grupo los elabora el profesor de ese grupo, cuando hace unas décadas se aplicaba el mismo examen en todo el estado de México, estuvieras en territorios chichimecas o en tierras matlatzincas: era un librito de 12 páginas donde preguntaban lo mismo en Jocotitlán —mi municipio nativo— que en Atlautla.
Las cosas han cambiado. Pero en esta materia creo que para mal.
Incluso, ahora existe una corriente que cree que ningún estudiante debe reprobar. Nomás porque no.
Y luego, nos quejamos de que estamos como estamos.

martes, 21 de abril de 2009

Que fue de nuestro futuro

Los que esperen alguna perorata acerca de los procesos electorales por venir, abandonen de inmediato este tercio de plana —o lo que queda de él—. No hay ningún contenido político en ella.
De cualquier modo, el futuro que nos ofrecen todos los políticos —no hago excepciones de ninguna especie— siempre tiene que esperar para otro futuro más halagüeño.
El futuro al que refiero es al que no llego. Que es igual que es político, pero ya verán que es diferente.
Cuando el arriba firmante era niño, allá en la década de los setentas y principios de los ochentas, se fantaseaba con el futuro. En lugar de carros, íbamos a tener unos aparatos que nos iban a permitir volar. Y de caminar, nada… en lugar de calles y carreteras habría unas bandas transportadoras que nos trasladarían hasta donde se nos viniera en ganar. Y, claro, en lugar de los rifles Kalashnikov —ahora simplemente AK-47— que armaban a las revoluciones de la época, habría pistolas láser.
Y muchas cosas más, como eso de alimentarse simplemente con una píldora que contendría todo lo necesario para la manutención de un ser humano común y corriente.
Pero el futuro nos alcanzó —todo eso iba a estar disponible en el entonces lejano año 2000— y los inventos no.
Aclaro que mi recuerdo no es gratuito. Resulta que caí en la página de internet viceland.com, donde aparecen media docena de estos implementos que tendríamos en un futuro que ya pasó.
Las pistolas láser, desde luego —a lo más que hemos llegado es al apuntador láser—. La reversión del envejecimiento —que sólo es posible mediante complicadas y caras operaciones estéticas—. Los robots sirvientes. Un súper sistema de vigilancia vía satélite. La teletransportación cuántica. Los autos voladores —que desde que me acuerdo están en periodo de prueba—. Y los viajes a través del tiempo.
Son algunas de las promesas del futuro que no fue.
Desde luego, a cambio nos han llegado otras cosas. Pero sigo esperando que todos tengamos un videoteléfono —que ya hay, lo sé— en un reloj, como el de El Santo. O una minúscula gragea, que debidamente rociada con agua se convirtiera en un mueble o en una casa. Y las poderosas sustancias capaces de generar no recuerdo cuántas maravillas
Yo me hubiera conformado con la teletransportación… incluso, con el carro volador.
Pero a lo mejor ni el siglo próximo.

lunes, 20 de abril de 2009

Mano estelar


Hace ya unos meses alguien —no recuerdo quién— me hizo el honor de elegirme como destinatario de un correo electrónico que contenía una fotografía: la de “el ojo de dios”.
Que es una fotografía muy bonita que muestra una galaxia o nebulosa Helix que, en efecto, parece un ojo. Es decir, tiene la forma de un ojo.
Desde luego, no es ojo de dios. Ni del dios de los cristianos ni los musulmanes ni de ninguno otro. Es una galaxia con una determinada forma y punto.
Pero dado que esa clase de formas estelares se presta a cualquier clase de interpretación, desde hace unos días estoy a la espera del correo electrónico que indique que la NASA “fotografió” la mano de dios.
De hecho, creo que se están tardando quienes quieren encontrar evidencia física de la existencia divina. Es decir, los mismos que hicieron de una galaxia Helix el ojo de dios.
Porque lo que parece una mano está, efectivamente, en una fotografía de la NASA a una una pulsar a 150 años luz de distancia que luce exactamente como una mano: hay dedos, huesos, palma… en fin, una mano como cualquiera otra, solamente que esta es azul y transparente. y parece que se alarga intentando tomar una galaxia un poco más allá, al fondo de la fotografía.
La NASA ha descrito que la ilusión óptica fue causada por el pulsar conocido como PSR B1509-58 y la fotografía fue tomada con rayos X. “Un pulsar —explica la NASA— es una estrella con un espiral de neutrones que vomita su energía hacia el espacio que la rodea para crear complejas e intrigantes estructuras, incluyendo esta que parece una mano cósmica”. Los dedos que son visibles en la foto —el pulgar, índice y medio, pues los otros apenas se adivinan— se forman a causa de “nudos de material energético en una nube de gas vecina al pulsar.”
Claro, no faltara quien diga que esa explicación de la NASA es parte de una trama interestelar —internacional se queda corta— para negar la existencia de dios. Y que los huesos son visibles precisamente porque la fotografía se tomó con rayos X.
De modo que pronto saldrá la circulación el correo electrónico donde se anuncie “el fin de los tiempos” —o lo que quieran anunciar— y muestren como prueba de la existencia divina la citada mano.
Yo lo que creo es que un artefacto hecho por manos humanas —el observatorio Chandra— tomó una fotografía impresionante. Como muchas otras sobre las formaciones que existen en el espacio exterior.
Pero también creo que a raíz de la foto —cuando sea más conocida, quiero decir— regresará, como periódicamente lo regresa, el debate entre la ciencia y la religión.

jueves, 16 de abril de 2009

Señor Obama


Dos puntos. Espero que al recibir la presente se encuentre bien de salud, en compañía de su familia —nótese que me enseñaron a escribir cartas en la primaria, a finales de la década de los setentas—.
Al conocer la noticia de que hará el favor de visitar México en el tour mundial Yes, we can, que naturalmente usted protagoniza, quise dirigirle unas palabras.
Pero me contuve.
Principalmente por el hecho de que su seguridad haría imposible que un mortal común y corriente —más corriente que común— como el arriba firmante pudiera dirigirle unas palabras. Por eso es que decidí gastar este tercio de plana para decirle al señor Barack Hussein Obama Dunham, presidente de Estados Unidos de América, algo sobre la política “del buen vecino”.
Seguramente usted lo sabe mejor que yo, don Barack, pero probablemente mis cuatro lectores no. Por eso la explico: Franklin Delano Roosevelt, que fue presidente de Estados Unidos entre 1933 y 1945, anunció en su toma de posesión un nuevo enfoque en las relaciones internacionales: “Dedicaré esta nación a la política del buen vecino, del vecino que firmemente se respeta a sí mismo y por eso mismo respeta los derechos de otros”. El gobierno de Roosevelt, por ejemplo, no intervino en México por la expropiación petrolera.
Fueron los tiempos de los panamericanismo.
Pero una vez que se acabó el gobierno de Franklin Roosevelt, se acabó la política del buen vecino. Desde entonces —más de medio siglo— “el buen vecino”, señor Obama, es México.
Y los mexicanos, desde luego. Pregúntele, por ejemplo, a su equipo de seguridad. Le contarán que nos hemos puesto de tapete. Que las calles se cierran para que sus angelitos guardianes carguen gasolina y no los moleste ni una mosca.
Claro, en la relación bilateral México-Estados Unidos tal hecho es anecdótico. Pero ejemplifica hasta que punto somos “el buen vecino”. El patio trasero, como definiera el extinto Adolfo Aguilar Zínser. Porque casi siempre —habrá alguna excepción— México cede en todo. Por ejemplo, en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, en cuyo marco el transporte de carga mexicano debería entrar libremente a Estados Unidos… pero no lo hace. O en materia de tránsito de personas: cualquier gringo viaja a México como Pedro por su casa, pero para un mexicano viajar a Estados Unidos es una odisea.
Podría seguir, señor Obama, pero sintetizo: en México gringo, estadunidense o yanqui —o como gusten llamarlos— es casi sinónimo de dios.
Ya lo verá. Sea usted bienvenido.

miércoles, 15 de abril de 2009

Patrioterismo inútil (el caso de la texican whoper)

Mexicanos que viajaron a Europa hace unas semanas y mexicanos residentes en el viejo continente —particularmente en España— se encontraron con que la transnacional estadunidense Burguer King lanzó al mercado la Texican Whoper, una hamburguesa con salsa cajún, queso cheddar y taco de carne con frijoles.
El lanzamiento se acompañó de la imagen de un vaquero tejano y un luchador mexicano. “Unidos por el destino”, es la frase que completa la publicidad.
El mexicano de la imagen es un chaparro fornido, enmascarado al estilo de la lucha libre y con un jorongo —que no es lo mismo que sarape— hecho con la bandera nacional.
Esa imagen, frente al vaquero tejano alto y güero, ocasionó un coraje enchilado a los patrioteros mexicanos que se sintieron ofendidos. Denigra, dijeron, a la bandera nacional. A México mismo.
Y pidieron que la Burguer King retire la ofensiva campaña publicitaria.
Pero en mi opinión, ni es ofensiva ni es nada. La embajada mexicana en España gasta inútilmente su tiempo en combatir molinos de viento.
Vamos por partes: el estereotipo motivo del entuerto es chaparro. La estatura promedio de los mexicanos varones es de 1.60 metros, mientras las mujeres miden en promedio 1.50 metros. En general el promedio nacional no rebasa un metro con 70 centímetros, aunque los más chaparrines se concentran en los estados del sur y centro del país. No se ofendan; es una realidad palpable que cualquiera puede comprobar en estadísticas oficiales o privadas. El promedio de la estatura estadunidense es de 1.77 metros. 17 centímetros de diferencia sólo en el promedio.
No se por qué algunos se rasgan las vestiduras. Somos más chaparros que los gringos. Y nos gusta la lucha libre. ¿No es El Santo el súper héroe nacional?, ¿no presumimos de que la lucha libre mexicana es la mejor del mundo?, ¿no hubo casi un luto nacional cuando se retiró El Perro Aguayo? Entonces, no sé por qué se sorprenden cuando al mexicano del cartel de Burguer King le ponen una máscara de luchador. Podría ser el Rey Misterio, fenómeno en la lucha libre gringa.
Lo del jorongo hecho de la bandera nacional. ¡Hombre!, nuestros políticos la mancillan permanentemente. Nosotros mismos somos incapaces de defender eso que llamamos patria. Y la sociedad entera está en deuda con el país. Pero que nadie venga a usar la bandera para hacer escarnio de nuestra condición, porque ponemos el grito en el cielo.
Sé que hay personas molestas con la publicidad de la Texican Whoper. Pero el arriba firmante piensa que hay ofensas peores a la nación de las que hacemos caso omiso. O nos hacemos de la vista gorda.
Y eso, creo yo, es peor que cualquier imagen estereotipada del mexicano.
***
Patriotero, ra: 1. adjetivo coloquial. Que alardea excesiva e inoportunamente de patriotismo (Real Academia de la Lengua Española).

martes, 14 de abril de 2009

Doña Corín


De Corín Tellado no recuerdo haber leído ni una línea. Pero ni falta que me hace. Con la cantidad de melodramas que me chuté en la televisión en mi época infantil —de Pedro Infante, Sara García, Abel Salazar, Amparo Rivelles, Juliancito Bravo y un largo etcétera está compuesta mi colección—, me parece más que suficiente. Podría decir que por el simple hecho de haber visto El peñón de las ánimas estoy a mano con la escritora.
Ahora bien, eso no me exenta de haber estado en contacto con la escritora española que colgó los tenis el pasado fin de semana.
Recuerdo perfectamente que en la revista Vanidades, que una tía le pasaba a mi mamá, aparecían regularmente los relatos de la citada escritora de novelas rosas.
No los leía por una sencilla razón: a pesar de que devoraba prácticamente todo lo que llegaba mis manos, las citadas novelas de Corín Tellado me abrumaban. Guardando las debidas proporciones —porque aquí pueden salir los defensores de la escritora española—, me pasaba lo mismo que con Carlos Fuentes: por más esfuerzos que hacía, no lograba interesarme en su obra literaria —y lo intenté más de una vez, siempre con resultados negativos—.
Pero es lo de menos, porque a partir de la muerte de la señora Tellado —acabo de indagar que su nombre completo era María del Socorro Tellado López y que murió a los 82 años de edad— seguramente se redimensionarán sus casi cuatro mil novelas. Se venderán como pan caliente. Y más de cuatro le encontrarán virtudes que antes se le negaban.
Porque según la Unesco, después de Miguel de Cervantes Saavedra, la autora española más leída es Corín Tellado. No en balde vendió como 400 millones de sus novelas románticas.
Que deben haber leído unos cuantos millones más. A ojo de buen cubero, estamos hablando de unos dos mil millones de lectores —incluyendo varones que gustan de las novelas rosas—.
Entre los que desafortunadamente no me cuento.
Ni me contaré, porque aunque algo debe haber tenido para alcanzar tal fama y éxito, no soy partidario de las novelas de amor y anexas. Yo soy más de las novelas de aventuras. Por ejemplo, puedo decir con mucho orgullo que leí a otro fenómeno español: Marcial Lafuente Estefanía, ese que con el nombre de M.L. Estefanía escribió unos dos mil 600 relatos de vaqueros e indios que se publicaban en unos libritos de un centenar de páginas. Por cierto, para la misma editorial —Bruguera— que la señora Tellado. M.L. Estefanía hace un rato que pasó a mejor vida. Aunque sus novelitas siguen circulando. Cosa que seguramente ocurrirá con doña Corín.

lunes, 13 de abril de 2009

Viacrucis

Lo de salir de vacaciones en Semana Santa o en una temporada semejante hace siglos que no lo hago. Claro, si es posible, me voy de la ciudad a pasar unos días con la familia. Pero de ninguna manera a un destino turístico y mucho menos de playa.
Es que esos días son una verdadera batahola en Acapulco y anexas.
Un año, por ejemplo, tuve el tino de sugerir un viaje a San Luis Potosí. Turismo religioso, dije, para ir a ver la procesión del silencio de la que tanto se presume. Y sí, la procesión es vistosa. Pero para verla más o menos cómodamente hay que comprar un lugar. La eficiente organización renta silla de a tanto la procesión y pues el que quiere verla en primera fila debe apoquinar sus respectivos billetes para tener la seguridad de que algo verá, porque aquello es un gentío como el de un concierto de artista de moda.
Años antes había tenido la experiencia del acapulcazo. Para lo que uno debe estar psicológicamente preparado. Y a la tierna edad a la que fui expuesto, no me quedaron ganas de volver. Sobre todo porque había más gente que mar. Y eso que estoy hablando de hace un cuarto de siglo.
De modo que en estos días de guardar, me guardo. Lo que no impide que vaya a visitar a la familia y entonces me exponga a la carretera. Es decir, a las casetas de cobro.
Que son como una extensión del viacrucis.
La caseta de cobro se anuncia como dos kilómetros antes de llegar —en el mejor de los casos—. Desde ahí, una filototota de automóviles transita a vuelta de rueda. Y un recorrido que normalmente toma cinco minutos, puede tornarse su buena media hora bajo el rayo del inclemente Sol.
No sé por qué, pero los concesionarios —de todasd las careteras— deben ser del alguna asociación religiosa que pugna por las penitencias físicas. De otra manera no se explica que un proceso simple se convierta en una verdadera tortura.
Imaginen la escena: el Sol cae a plomo sobre los viajeros que se guarecen en el interior del automóvil familiar, donde viajan por lo menos dos personas más que el cupo permitido. Al calor primaveral se suman los humores que secretan las fisiologías de los ocupantes del auto compacto, que aprovechan el alto parcial para degustar unas ricas viandas, compuestas principalmente del atún con cebolla, jitomate y granos de elote que sobraron de la vigilia. Al menos uno de los viajeros asoma las patas pelonas por la ventanilla —para envidia de la concurrencia—, aprovechando el airecito que se levanta al circular a 20 kilómetros por hora un kilómetro de llegar a la caseta. Donde la bola se detiene en doble fila para acudir en masa a unos atestados sanitarios.
Los dejé por El Dorado. Donde seguí mi camino. Y ellos deben haber estirado las piernas y comprado unos chescos para hacer más llevadero el viaje.

martes, 7 de abril de 2009

Pecado


En esta época del año dan cualquier cantidad de películas religiosas. Desde el Antiguo Testamento y el Éxodo judío, hasta las vidas de todos los santos y santas del cielo.
Desde luego, en esa gran gama de filmes tengo mis favoritos. Aquellos que si programan en la telera procuro ver. Aunque se hayan repetido cada año desde que se inventó la televisión.
En esta selección se incluyen lo mismo películas mexicanas que extranjeras.
Por ejemplo, la clásica de clásicas es El Mártir del Calvario. Nomás pa’ que se hagan una idea de su longevidad, la estrenaron allá por 1952. el protagonista fue el actor español Enrique Rambal que, créanlo o no, con esa película se volvió hiper famoso en el México de la mitad del siglo pasado. De hecho, es la película mexicana acerca de la pasión de la que más me acuerdo.
Aunque también existe una que también se programa anualmente —como para darle variedad al asunto— en la que Claudio Brooks, con ese vozarrón que tenía, personificó a Jesucristo en Jesús, nuestro señor, una película filmada a finales de la década de los sesentas. Acá entre nos, esta película es lo más parecido que hay en el cine a las representaciones anuales que se celebran en pueblos y ciudades de toda la república mexicana: las pelucas, las túnicas, los escenarios, los turbantes, parecen sacados de Iztapalapa o de Los Reyes, mi pueblo nativo en donde también se representa el viacrucis. Cómo estará la cosa, que el cómico Pancho Córdova aparece en el papel de uno de los sumos sacerdotes judíos.
Pero la cosa no para ahí.
Quienes programan películas en idioma extranjero habitualmente transmiten Rey de reyes. King of the kings, en su nombre original. Es una película súper larga, en la que el actor estadunidense Jeffrey Hunter encabeza el elenco. Aunque no tan larga como los 371 minutos de Jesús de Nazaret, la súper producción de Franco Zeffirelli para la televisión, en la que el actor inglés Robert Powell interpreta a Jesús. La serie de grabó en 1977 y desde entonces la ponen cada año. Aunque soplarse seis horas más comerciales, no es cualquier cosa. De modo que anualmente la dan por parte para que el público conocedor no se vaya a cuajar.
Ahora que si vamos a mis favoritas, yo prefiero Ben Hur y Barrabás. Dos filmes del año del caldo —la primera es de 1959 y la segunda de 1962—, protagonizados por Charlton Heston y Anthony Quinn, respectivamente. Desde luego, incluyo, El Evangelio Según San Mateo, de Pier Paolo Passolini.
Pero la neta del planeta en esta temporada son dos peliculones. Una es La vida de Brian —una de cuyas escenas se puede ver aquí—, de los Monty Phyton. Y La última tentación de Cristo, de Nikos Kazantzakis, dirigida por Martin Scorsese —a la que pueden ver acá—.
Ambas deben verlas. De hecho, no ver la segunda es pecado.

Pie a tierra

Cada vez es peor el panorama económico para este país y este estado llamado México —no Estado de México, como creen algunos tales por cuales—.
Lo bueno es que ya pasamos el primer trimestre del año, ese que supone que iba a ser el peor de todo el año.
De modo que ahora todo es como coser y cantar.
A menos que los discursos de sus señorías, los funcionarios gubernamentales de primer nivel —los que ahora mismo deben estar vacacionando en algún destino de playa o de shopping en el extranjero o las dos cosas— se equivoquen y nos vaya del carajo el resto del año.
Pero, insisto, según ellos, ya pasamos lo peor. Estamos blindados; hay reservas internacionales hasta para aventar pa’rriba; se amplían las coberturas de los servicios de seguridad social; iniciativa privada y gobierno alcanzan históricos pactos; los fundamentos económicos están sólidos, y un largo etcétera que no necesito repetirles —ni ustedes tienen necesidad de volver a leer—.
Escucho, leo y veo a los funcionarios responsables de que las cosas van bien decir que las cosas van exactamente conforme a sus pronósticos. Incluso, mejor. Desde los olimpos que les corresponden, la crisis es desaceleración, los despidos no son tantos como parecen, los precios se mantienen estables… en pocas palabras: no ha de qué preocuparse.
Aunque lo cierto es que cada vez nos tenemos que apretar más el cinturón. Nosotros, los de pie a tierra.
A nadie le alcanza el dinero. Donde había dos ingresos hay uno, a medias. Y todos tememos la posibilidad de que haya un nuevo despido.
Sólo en las altas esferas el panorama es distinto.
Mientras, los hijos mantienen a los padres, que no pueden encontrar un trabajo porque a sus años ya no hay nadie que los contrate, desechada la experiencia y el conocimiento logrados en años de entrega silenciosa.
O los padres mantienen a los hijos, a los cónyuges de los hijos y a los hijos de los hijos, porque a su corta experiencia no hay nadie que los contrate. Ni se logra de ninguna manera el ideal del empleo para todos.
Y los unos prefieren quedarse con un dolor atravesado entre el estómago y el corazón —eso que se conoce como hambre, combinada con angustia— y los otros ya no alternan con los amigos porque no tienen ni para darse el gusto de comprarse una cerveza. O una entrada al cine. O un refresco.
Por supuesto, de vacaciones, ni hablar.
Si acaso, jueves y viernes santos irán a alguna representación. Con el presupuesto justo para las naranjas con chile de los niños. Y unas salchichas. Sandwiches o tortas hechas en casa.
Porque a pesar de todo, es imposible renunciar a esa mínima alegría.

lunes, 6 de abril de 2009

Una educativa

A propósito de la reforma educativa en la Gran Bretaña, a la que me referí el pasado 1 de abril —los estudiantes británicos de primaria deberán demostrar el dominio de nuevas herramientas de comunicación como los blogs, los podcasts, Wikipedia o Twitter—, el maestro Ariel Pérez dice que las evidentes carencias mexicanas son la punta del iceberg.
Él sabe de lo que habla —desde luego, mucho más que yo—, puesto que tiene toda una vida dedicada a estos menesteres.
Lean, mis estimados cuatro lectores, lo que el maestro me hizo favor de señalar:
“Coincido plenamente en tus planteamientos respecto a la educación en México, contrastada con otras del mundo. Y déjame decirte que lo que refieres es solamente la punta del iceberg con respecto a las diferencias: a lo ya referido por ti podríamos agregar el tiempo que los alumnos va a la escuela, en los Países Bajos, Dinamarca, Italia, Liechtenstein y Luxemburgo, los escolares llegaban a los doscientos días de clase, ahora se han reducido. En España, la media es de 176 jornadas. En el vecino del norte la mayoría de los estados tienen ciclos escolares de aproximadamente 180 días, etcétera. En España, por ejemplo, los niños van a la escuela de tiempo completo, en su mayoría, y allí mismo la primaria está integrada por tres ciclos, el primero abarca primero y segundo grado, el segundo, tercero y cuarto y el tercero quinto y sexto. Los alumnos transitan de grado sin mayor contratiempo y solamente para cambiar de ciclo es cuando se revisa la evaluación. La evaluación no es numérica como aquí, allá se van cotejando los rasgos del perfil que se está contribuyendo a formar con dos variables: progresa adecuadamente o necesita mejorar, lo que nos pone a años luz de esa visión constructivista basada en competencias. El programa de fomento a la lectura está en todos los grados y es eminentemente académico, no como aquí que se ha desvirtuado convirtiéndose en un asunto administrativo: cuántos libros ha leído, sin importar si comprendió o no. De las asignaturas que mencionas, se parecen a la currícula española y si ponemos atención no se habla de historia. En España no se enseña historia sino hasta la secundaria. La razón tiene sustento psicopedagógico: los niños de entre seis y 12 años de edad no tienen como interés de aprendizaje la historia, su interés se centra en su presente, en sí mismo, en su familia, en su entorno. Allí tienes la explicación de por qué les interesa incluir todo lo referente a las nuevas tecnologías de la información. También allí está la respuesta a por qué en México si a los niños se les enseña la historia de México y la historia universal y se les repite una y otra vez en tercero, en cuarto, en quinto, en sexto, y llegan a la secundaria y no recuerdan nada: no está en sus intereses psicopedagógicos. Ah, pero sí les enseñan geografía. (¿Recuerdas lo del entorno?). Luego viene la preparación de los maestros españoles. Algo que llamó poderosamente mi atención fue los promocionales para ingresar a la Facultad de Pedagogía (no hay Escuelas Normales): ‘Por fin podrás realizar tu sueño de ser maestro. Inscripciones abiertas’. Sin palabras. Luego los profesores se especializan por ciclo escolar; nunca verás a un maestro especializado en primer ciclo dar clases en el segundo o en el tercero. Antes de iniciar un nuevo aprendizaje significativo, como aprender a dividir, a multiplicar cifras de más de cuatro números, a obtener la raíz cuadrada o la cúbica (¿te suenan conocidos?), se convoca a los padres de familia a reunión (generalmente a las ocho de la noche para no interrumpir clases) y el maestro explica cuál será el método que utilizará para ello y en qué consiste (para que los papás lo sepan y además no confundan a los niños con sus ‘propios métodos’), luego refiere que si al paso de las dos o tres semanas que el método recomienda, la mayoría de los niños aún no lo domina, cambiará al método tal, etcétera. Profesionalismo, preparación, vocación, responsabilidad”.
Cualquier cosa, ¿verdad? Aunque si se hace en otros lugares, no veo por qué no podía hacerse aquí…

viernes, 3 de abril de 2009

Mis villanos favoritos

Cuando cayó el primer gol de la selección de Honduras, sentí un coraje que parecían dos.
Y para los siguientes dos goles se me hizo un rictus en la cara que no me he podido quitar. No crean que soy así de malencarado. Lo que pasa es que hay golpes a los sentimientos patrioteros que son imposibles de eludir.
Tres goles de la selección hondureña al combinado mexicano son demasiados.
Pero, si me permiten, ya tengo mis villanos favoritos, entre los que no se encuentra don Sven-Goran Ericksson.
Esos villanos son Nery Castillo, Carlos Salcido y Guillermo Ochoa.
Del primero, ya saben, un cuate que es la viva imagen de del futbolista que describe Manuel Vázquez Montalban: grandes talentos e inteligencia para jugar el futbol, pero un cerebro que no le ayuda lo suficiente para que contenga sus impulsos más animales.
Castillo juega en Europa. En un equipo ignoto de Ucrania o alguna de las exrepúblicas soviéticas. Debe ser un gran jugador —lo digo así porque no sé como se miden esas cosas—. Aunque seguramente no tanto, porque de serlo jugaría como titular en uno de esos equipos de gran proyección en el viejo continente: el Liverpool, la Juventus, el Bayer Munich, el Lieja, el Oporto… y los que ustedes quieran agregar a la lista.
Salcido es otro jugador mexicano de exportación. Que parece tener la misma dolencia que otros de sus compañeros: prefieren estar en sus respectivos equipos y las ciudades en las que residen —es obvio, se trata del primer mundo— que viajar 14 largas horas en avión para jugar con el combinado nacional. Así que a la primera oportunidad, compran el seguro que los coloca fuera de la alineación: la expulsión, o la acumulación de tarjetas.
Ya estará contento. Seguro que lo dejarán descansar al menos dos partidos. Regresará a Holanda y se olvidará de la representación mexicana,
Y Francisco Guillermo Ochoa… Lo único que puedo decir de este portero es que me parece muy ojón para paloma. El segundo gol hondureño me pareció el clásico puente trágico. Porque será muy mediático, pero le falta un no sé qué, que qué se yo. Sólo en el 2001 Honduras le había metido tres goles a México. Ochoa comparte desde ayer ese alto honor de haber recibido tres goles hondureños en la portería mexicana.
Ahora mi coraje no parecen dos. Es un coraje entripado. Que no le recomiendo nadie.

jueves, 2 de abril de 2009

Un recuerdito

El Cantegril de Metepec me parece un restaurante bonito. Nice.
De su personal tengo una opinión distinta, pues ya en otras ocasiones había notado una especie de displicencia.
Pero hoy que fui a desayunar, descubrí que tienen dotes mágicas.
Es que a mi automóvil le apareció un golpe en la defensa delantera.
Resulta que lo dejé en el valet parking en condiciones decorosas —tenía dos que tres rayones—. Y cuando me lo devolvieron, tenía un golpe en la defensa delantera derecha. Intenté hablar con el señor que funge de dueño, un señor de acento sudamericano. No le importó demasiado.
Desde luego, sus empleados negaron ser los causantes. Él hizo mutis. Cosa comprensible, porque ¿cómo le van a revelar a un cliente ocasional el secreto de la magia para dejarle un recuerdito?
Por supuesto que no se hicieron responsables de nada. Yo decía que sí y ellos que no.
Mi auto lleva un recuerdo indeleble del Cantegril de Metepec. ¡Qué felicidad!

El festival


Siempre he envidiado a las ciudades en donde siempre hay alguna actividad pública que acometer. En donde periódica y constantemente hay fiestas, festivales y celebraciones con cualquier propósito —y pretexto—. En donde la vida en las calles va más allá del tránsito de viandantes de un punto a otro. En donde los espacios públicos son un lugar abierto para la convivencia. En donde la gente se reúne, muchas veces sin conocerse, por una convocatoria a alguna actividad lúdica.
Las ciudades así son atractivas. Incitan. Agradan. Convocan.
Siempre hay algo que hacer. Aunque sea recorrer sus plazas y jardines, porque ahí hay gente. Y cuando eso ocurre, atrae a los artistas callejeros que buscan un aplauso —y también dinero, hay que decirlo—, y a los deportistas que encuentran un lugar para desarrollar sus aficiones. Y a los niños, para correr y jugar.
Una ciudad fascinante lo es por su gente. Sus ciudadanos —no en el sentido electoral, sino de habitantes de la ciudad— reunidos en la plaza pública hacen la ciudad, le dan vida y salud.
La ciudad debe ser de la gente. La gente debe apropiarse de la ciudad. Hay espacios, algunos de ellos renovados. Destacados ahora. Con la esperanza de que congreguen a la gente.
Por eso es que creo que un festival como Festiva ayuda a Toluca. Y me gustaría no uno, sino varios al año. O sin el nombre de festival, todo un año de celebraciones.
Aunque uno es el comienzo. O dos o tres. El Festiva de este año seguramente resultará tan estimulante como el anterior.
Mi esperanza es que la gente vaya a gozar con la Banda El Recodo. Pero también que se atrevan a escuchar la Obertura 1812. Que no se pierdan a Los Botes Cantan. Y se deleiten con el mariachi Ángeles de Calimaya.
Que descubran Las jotas españolas. Le echen una mirada al valle de Toluca desde el Nevado. Que se arriesguen con la danza moderna. Que se diviertan con Regina Orozco. O gocen a Pablo Milanés. Y revivan su niñez con Las marionetas de la esquina.
Todo en espacios abiertos en donde hasta el que no tenga intenciones de asistir, puede disfrutar. Porque hasta el más reacio puede disfrutar. Nuestra raíz latina es así, bullanguera. Con propensión a la convivencia y el contacto humano.
Sólo espero que esto no termine el 3 de mayo. Que las autoridades que vengan —sin importar en qué partido militen— comprendan que se trata de celebrar la ciudad. De hacer una fiesta, aunque sea anual, porque esta ciudad llamada Toluca de Lerdo se lo merece. Sólo por el placer de ser.

miércoles, 1 de abril de 2009

Inglés y computadoras

Hubo una vez un candidato presidencial que prometió computadoras e inglés. Y todos lo tomaron de loco. De hecho, perdió la elección.
Ahora es muy tarde para elucubrar sobre la efectividad que hubiera tenido esa medida.
Pero es que la reforma a la educación inglesa que está a punto de aprobarse —este mes, según entiendo— me hizo pensar en que hubiera sido de la educación básica si las computadoras y el inglés se hubieran extendido como hongos.
La misma reforma a la educación primaria británica me ha hecho pensar en el inútil vicio de las autoridades educativas de pedir, desde primero de primaria, una calculadora.
Vea usted: según el proyecto de reforma a la educación del Reino Unido, los párvulos británicos de primaria deberán demostrar el dominio de nuevas herramientas de comunicación como los blogs, los podcasts, Wikipedia o Twitter. Se trata de adecuar la educación a la era tecnológica.
Pero tan importante como estar familiarizado con las descargas de audio y vídeo, las redes sociales o las comunidades de internet, el proyecto de reforma hace énfasis en la necesidad de alentar el cálculo mental en detrimento de la calculadora.
Dicho en pocas palabras: exactamente lo contrario a la educación pública básica de este país llamado Estados Unidos Mexicanos.
Donde empiezo a creer que los maestros no saben sacar una raíz cúbica o multiplicar cifras de más de cuatro dígitos a mano… y por eso piden calculadora.
No sé si algún día esta práctica se modifique. Y los estudiantes de primaria conozcan el intríngulis de la división, la multiplicación o de las funciones exponenciales. Sin recurrir a la calculadora, desde luego.
En el proyecto inglés, durante la primaria los escolares deberán estudiar media docena de materias comprendidas en seis grandes áreas: lengua inglesa —aquí el equivalente sería Español—, matemáticas, ciencia y tecnología, comprensión humana, social y medioambiental, salud física y bienestar, y arte y diseño.
De aprobarse la reforma inglesa, los estudiantes también aprenderían a crear productos multimedia para compartir información en la internet más allá de las aulas.
Y todo se los cuento porque me da una gran envidia.
En el caso mexicano, la educación —que todos los políticos dicen que nos sacará de las crisis— tiene muchos asegunes y se ha ido deteriorando año tras año. Y no creo que se trate de un asunto en el que los responsables sean los sindicatos, sino que las autoridades, los partidos y los políticos, tienen muy poco interés real en que los mexicanos tengamos educación de calidad. Porque siempre un pueblo ignorante es más fácil de manipular. ¿O no?