jueves, 16 de abril de 2009

Señor Obama


Dos puntos. Espero que al recibir la presente se encuentre bien de salud, en compañía de su familia —nótese que me enseñaron a escribir cartas en la primaria, a finales de la década de los setentas—.
Al conocer la noticia de que hará el favor de visitar México en el tour mundial Yes, we can, que naturalmente usted protagoniza, quise dirigirle unas palabras.
Pero me contuve.
Principalmente por el hecho de que su seguridad haría imposible que un mortal común y corriente —más corriente que común— como el arriba firmante pudiera dirigirle unas palabras. Por eso es que decidí gastar este tercio de plana para decirle al señor Barack Hussein Obama Dunham, presidente de Estados Unidos de América, algo sobre la política “del buen vecino”.
Seguramente usted lo sabe mejor que yo, don Barack, pero probablemente mis cuatro lectores no. Por eso la explico: Franklin Delano Roosevelt, que fue presidente de Estados Unidos entre 1933 y 1945, anunció en su toma de posesión un nuevo enfoque en las relaciones internacionales: “Dedicaré esta nación a la política del buen vecino, del vecino que firmemente se respeta a sí mismo y por eso mismo respeta los derechos de otros”. El gobierno de Roosevelt, por ejemplo, no intervino en México por la expropiación petrolera.
Fueron los tiempos de los panamericanismo.
Pero una vez que se acabó el gobierno de Franklin Roosevelt, se acabó la política del buen vecino. Desde entonces —más de medio siglo— “el buen vecino”, señor Obama, es México.
Y los mexicanos, desde luego. Pregúntele, por ejemplo, a su equipo de seguridad. Le contarán que nos hemos puesto de tapete. Que las calles se cierran para que sus angelitos guardianes carguen gasolina y no los moleste ni una mosca.
Claro, en la relación bilateral México-Estados Unidos tal hecho es anecdótico. Pero ejemplifica hasta que punto somos “el buen vecino”. El patio trasero, como definiera el extinto Adolfo Aguilar Zínser. Porque casi siempre —habrá alguna excepción— México cede en todo. Por ejemplo, en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, en cuyo marco el transporte de carga mexicano debería entrar libremente a Estados Unidos… pero no lo hace. O en materia de tránsito de personas: cualquier gringo viaja a México como Pedro por su casa, pero para un mexicano viajar a Estados Unidos es una odisea.
Podría seguir, señor Obama, pero sintetizo: en México gringo, estadunidense o yanqui —o como gusten llamarlos— es casi sinónimo de dios.
Ya lo verá. Sea usted bienvenido.

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