lunes, 21 de septiembre de 2009

Florido léxico

Hace siglos que no iba al futbol.
La última vez algún incauto me regaló unos boletos para palcos para una semifinal contra las Chivas y por allí me apersoné. Pero por lo visto el público de palcos en aquella ocasión eran unos gélidos tolucos que se hacen la señal de la cruz con cualquier mala palabra —de esos de traé y caé—, que a la tercer mentada al árbitro hicieron la petición abierta de que me fuera a la tribuna de sol… aunque el cobarde en turno tiró la piedra y escondió la mano. Me quedé y guardé silencio.
Desde entonces supongo que la zona de palcos de La Bombonera es para rezar un rosario a San Nemesio, mientras se guarda un sepulcral silencio. Y que en las botellas de cerveza en realidad se expende coñac, güisqui con soda y licores de Tenancingo.
No había regresado al estadio del Toluca. Entre otras cosas porque no soy muy futbolero. Pero ayer, motivado por la familia, nos dejamos caer por La Bombonera. Toluca le ganó al Atlas dos a cero y yo salí contento. Le grité a Novaretti que es un tronco y a Miguel Zepeda que ya está viejo. Desde luego, le dediqué un sonoro recordatorio familiar al árbitro cuando en lugar de marcar penalti amonestó a Néstor Calderón. Y me prodigué en elogios al portero Talavera por un paradón a un tiro atlista.
No faltó la recatada familia toluqueña que me vio con cara de a este qué le pasa.
Pero aún en sol preferente nadie me mandó directo al averno. Es decir, a las porras de sol. O al futbol de llano. Que dado mi florido léxico parece que es donde me corresponde.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Sordo

Me estoy quedando sordo.
Cada vez escucho menos y hay ocasiones en que no escucho nada. Lo que se dice nada.
Y no hablo de aquellos momentos en que los seres humanos nos ensimismamos en alguna actividad y no nos damos cuenta de lo que pasa a nuestro alrededor —me pasa cuando leo algo interesante—. Tampoco me refiero al hecho de que los seres humanos escuchamos cada vez menos y nos limitamos a oír a nuestros semejantes. Y desde luego que no quiero decir que ni veo ni oigo a nuestros políticos, con todo y sus trapacerías.
Lo que digo es que cada vez oigo menos. O oigo, pero las voces se transforman en ruidos incomprensibles. Vocales y consonantes desarticuladas.
Pronto me veo con un aparato —o dos— en la oreja para evitar que la gente me repita las cosas o para evitar acercarme a mis contertulios para escuchar mejor lo que dicen. O para escuchar. Por fortuna esos aparatitos los hacen cada vez más chiquitos y a veces ni se notan, no como las trompetillas que se usaban hace un siglo.
Y no culpo a la tecnología, porque no ando por la vida con un reproductor mp3 pegado a las orejas. Tampoco escucho música a 150 decibelios en unas bocinas así de grandotas. Puede ser que el ruido ambiental —el tráfico puede alcanzar 80 decibelios, cuando el límite tolerable es de 60— tenga algo que ver, pero tampoco lo podría asegurar.
Lo cierto es que cada vez oigo menos.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Confío


Si mis cuatro lectores creen que hoy mencionaré algo a propósito del cuarto informe de gobierno, espero no decepcionarlos pero…
Pero la verdad es que me quedé anonanado con el escenario que crearon en el Teatro Morelos. Y cuando me repuse, ya estaba en gayola cuando el gobernador estaba agradeciendo y aplaudiendo al Ejército mexicano. Que fue cuando comenzaron a llegar unos cuates a sentarse en las butacas que se habían quedado vacías y una edecán hacía señas de cuántos asientos desocupados quedaban.
De hecho, hubo tres detalles que me llamaron la atención:
A. Suponía que el informe iba a estar a reventar de personajes de resonancia nacional… y así fue, un montón de políticos, empresarios y líderes sociales que querían escuchar al político que encabeza las preferencias sociales rumbo a las elecciones presidenciales del 2012. B. Tenía el presentimiento de que nadie iba a desdeñar la invitación. Y sin embargo, aquí y allá, como lunares o manchas —según el tamaño— algunos espacios se quedaron sin sus ocupantes. Incluyendo algunos de la zona del primer mundo nacional.
Y C. La parte final del discurso del gobernador Enrique Peña no fue el planteamiento de un proyecto de estado o de país. Fue la exposición de un “esto he hecho, esto es lo que sé hacer”. Es decir, aquí estoy y examinen mis capacidades.
Confío, dijo una media docena de veces. Es decir, creo… Es decir, tengo fe.
Con lo que eso hace falta hoy.

martes, 1 de septiembre de 2009

El informe


Cuando yo era chamaco, soplarse el informe presidencial era una obligación.
Así que me sentaba enfrente de la televisión en blanco y negro desde las nueve de la mañana, para escuchar los sesudos comentarios de los conductores, fletarme con la postura de los partidos políticos y disfrutar la lluvia de papel picado tricolor, mientras el presidente con la banda en el pecho transitaba por la ciudad de México en un coche descubierto, saludando a diestra y siniestra, mientras unos guaruras corrían y corrían dejando el bofe al lado del automóvil.
Juro que sentía una emoción en el pecho indescifrable. Y cuando el presidente en turno comenzaba la maratónica lectura del informe, yo ya había chillado con el Himno Nacional y los honores correspondientes.
Tuvieron que pasar sus buenos años para que el primero de septiembre dejara de ser el día del presidente y yo dejara de berrear al sonoro rugir del cañón. Lo supe cuando una tarde en lugar de coche descubierto apareció un autobús con Zedillo encima.
La magia se había terminado.
Y ahora es peor, porque ni a informe llegamos.
Eso sí, una tarde de estas sonó mi teléfono y una voz engolada me hizo el favor de decirme cuánto hemos avanzado en lo que va del sexenio de Calderón. Juro que me guardé una sonora mentada para la grabación, de la que no recuerdo ni una palabra. Agradezco muy cumplidamente el gesto, que me ha servido para un carajo, pero, nostálgico como soy, a mí me gustaba el papel picado y aquello de “Honorable Congreso de la Unión…”

miércoles, 26 de agosto de 2009

Pelele

La primera vez que leí esta palabrita dominguera —pelele— era un mozalbete imberbe que gustaba de la revista Contenido. La recuerdo perfectamente porque no entendí lo que significaba y porque era una portada en color verde bandera con una carota delineada en negro de Emilio Portes Gil. Y decía: “Yo nunca fui un pelele de Calles”.
No entraré en detalles, pero la palabra pelele regresó a mi vida cuando Andrés Manuel López Obrador, alias El Peje, tuvo a bien endilgarsela al actual presidente Felipe Calderón. Y vino de rebote.
Con un fulano que se hace llamar Juanito. Pero que se llama Rafael Acosta Martínez. Y que en realidad me viene valiendo un soberano pito.
Pero que últimamente es noticia porque ganó la elección de delegado de Iztapalapa pero prometió cedérsela a una señora que llama Clara Brugada, cuyo marido y cuñado ya fueron delegados en esa misma demarcación. Es decir, se comprometió a ser el pelele de la señora Brugada y del mismísimo Peje.
Pero tal parece que Juanito —o como se llame— ya les salió respondón. O por lo menos anda buscando como negociar ser un pelele, pero con dignidá. Si es que tal cosa es posible.
Así que lo más seguro es que Juanito pase a la historia como un señor que se ponía cintitas tricolores en la cabeza y al que mangoneó López Obrador, que no deja de darse sus baños de pureza. El experto en ver la paja en el ojo ajeno y sin sentir la viga en el propio.

martes, 25 de agosto de 2009

Equus asinus

Ya tenía ciertas sospechas de que algunos de los profesores pasaron de noche la Normal o lo que corresponda.
Pero cuando se dieron a conocer los resultados del examen nacional de conocimientos y habilidades docentes de la SEP lo confirmé:
75 por ciento de los aspirantes a maestros frente a grupo tronó como ejote el mentado examen que solamente tenía 80 preguntas. Tres de cada cuatro aspirantes a maestros no respondieron correctamente ni 42 preguntas.
Si nos atenemos al porcentaje, esto puede significar que el profesorado del país que enseña en las aulas tiene muy bajo nivel. No me atrevo a asegurar que puedan reconocer a la o por lo redondo. O que sepan hacer, sin ayuda de una calculadora, operaciones de más de tres cifras. O que lean de corrido un texto de una cuartilla. Y mucho menos que comprendan un libro de 200 páginas.
Puedo asegurar que muchos de nuestros maestros ignoran las reglas elementales de la ortografía y que no reconoce una palabra grave cuando la tienen enfrente.
Pero, ¿quiénes son los responsables de tales pobrezas intelectuales? ¿Otros, maestros?, ¿las autoridades?, ¿los sindicatos?, ¿la sociedad?, ¿todos?
No lo sé.
La única certeza que tengo es que hay una gran cantidad de ejemplares de Equus asinus entre nuestros docentes. No agraviando lo presente.

lunes, 24 de agosto de 2009

Ojalá hubiera sido un compromiso

Me encontraba reflexionado sobre la política exterior de las islas Aleutianas, que tanto dan de qué hablar en los últimos tiempos, cuando fui interrumpido por un charco así de gordo.
Iba llegando antenoche a Toluca y, de manera inusual, decidí irme por la avenida Alfredo del Mazo, así que tenía que conducir por el carril izquierdo de la prolongación Isidro Fabela para encaramarme en el puente que atraviesa esa calle y conduce a la mencionada Del Mazo.
Estaba lloviendo, de modo que los limpiabrisas estaban funcionando pero resultaron insuficientes para el volúmen de agua que cayó una vez, otra vez y una tercera. Tres charcotes, supuse, unos metros antes de subir al mentado puente. Por fortuna, yo sabía cuál es el trazo de la vialidad. Pero no quiero imaginarme qué le podría haber pasado a un ingenuo visitante que creyendo que al llegar a la capital del estado más importante del país iba a encontrar vialidades de primer mundo.
Supongo que lo menos que hubiera pasado es que hubiera frenado y patinado, con el consecuente susto. En el peor de los casos, tal vez hubiera chocado.
El asunto es que además de los charcos no hay suficiente iluminación. Así que sin ir a ciegas por completo, el acceso de Atlacomulco a Toluca en medio de un aguacero es lo más parecido a una trampa. Ignoro qué oficina sea la responsable de esa vialidad. Pero quién sea tiene que hacer algo. Nomás por dignidá.
Lástima que no fue un compromiso.