martes, 31 de marzo de 2009

Tema de Lara

Lo que sigue es una obviedad, pero si no la digo, no se entenderá el resto de mi tercio de plana:
Cuando era niño no existían los discos compactos. Así que además de la radio, para escuchar música existían los discos de acetato y unos cartuchos bien chidos que se llamaban de 8 Track —que uno los ponía y se olvidaba de tener que programarlos, pues ellos solitos podían estar dando vueltas horas y horas a la misma canción o grabación completa—.
La temprana muerte de mi padre no impidió que se hiciera de una colección más o menos regular y por lo demás ecléctica: teníamos a Chavela Vargas o al Mariachi Nacional de don Arcadio Elías y a Ray Conniff o a un guitarrista danés llamado Jorgen Ingman.
Pero a mí los que me gustaban era la Orquesta Electrónica de los hermanos Ramírez y el órgano melódico de Juan Torres.
Me perdonarán los exquisitos y puede calificarme de ramplón. Pero eso era lo que me gustaba y me agrada todavía.
Y de esas grabaciones, sobresalía el Tema de Lara.
De hecho, mi incultura musical y cinematográfica me hacía tener la certeza de que estaba dedicada a Agustín Lara.
No se rían. Fue mucho tiempo después que descubrí que el Tema de Lara no estaba dedicado al autor de Farolito —una de mis canciones favoritas— sino que era parte de la música de la película Doctor Zhivago. Que es la fecha y sólo he visto pedacitos.
Pues sí. El Tema de Lara se repetía en los intérpretes que estaban a mi alcance: la citada orquesta, el órgano melódico y el mismísimo Ray Conniff.
Y mientras sonaba interminablenente, yo me dedicaba —con mis hermanos Olga y Mauricio— a dar vueltas corriendo alrededor de la mesa del comedor, que era donde estaba —y sigue ahí— el estereo. O a jugar futbol en el patio de mi casa. O a permanecer arriba del centenario pirul del corral. En ese entonces no había ni Wii ni Nintento ni Atari ni nada que se le pareciera. Y haber existido, seguro que habría sido imposible que me los compraran.
El Tema de Lara ha estado en la banda sonora de mi vida. Corriendo a 33 revoluciones por minuto.
Por eso hoy le agradezco a Maurice Jarre que la haya compuesto para Doctor Zhivago. Aunque ahora que está en el otro barrio —se murió ayer—, dudo mucho que reciba mi agradecimiento.
El compositor francés ganador del Oscar —que escribió la música de Lawrence de Arabia— falleció a los 84 años. El presidente francés, Nicolas Sarkozy, en un comunicado en el que rendía tributo a Jarre, dijo que “los trabajos a los que contribuyó tan magistralmente son parte de la historia del cine para siempre”.
Y de la mía también.

lunes, 30 de marzo de 2009

Comercio electrónico

Hace unas semanas leí que al creador de la internet, Tim Berners-Lee, por fin le había tocado ser víctima de un timo en la red de redes.
Parece que compró un obsequio de navidad y nomás nunca le llegó.
Muchos se alegraron. Otros dijeron que era la demostración de lo peligroso del comercio electrónico. Muchos hicieron mutis —supongo que ni siquiera se enteraron—. Y algunos más suponemos que se trata de algo normal, algo que puede pasar incluso cuando compras de persona a persona.
Porque el arriba firmante es un firme convencido del comercio electrónico. Tanto así que he comprado y vendido muchas chucherías en internet. Y aunque un par de veces me han visto la cara de tarugo, en la mayoría de las adquisiciones que he hecho en la internet me ha ido de maravilla.
Es más: casi estoy seguro que las dos o tres cosillas que nunca llegaron a mis manos, adornan ahora las posesiones de algún empleado aduanal, postal o algo parecido.
La primera fueron unas mamilas que compre en amazon.com.
Resulta que en México solamente venden dos medidas de esa marca y la tercera —para edades más avanzadas— solamente en Estados Unidos. Así que confiado en mis experiencias anteriores —en Amazon he comprado ropa, discos y libros—, adquirí las mamilas. Al poco tiempo, recibí una llamada: una señora de una agencia aduanal me hacía saber que debía pagar no sé qué impuesto de orden alimentario. Desconcertado, alegué que no había comprado ningún alimento. Pero fue inútil. Si no pagaba, el artículo no llegaría a mis manos. Y no llegó, porque me negué a pagar algo que encarecía de manera desorbitada un producto que me había costado dos o tres dólares.
La segunda fue un eliminador de 15 watts imposible de encontrar en el mercado mexicano.
Ese lo compre en noviembre del año pasado cuando se averió el de un modem para conexión satelital a internet. Mi adquisición se realizó en ebay, sitio donde me compre un disco de Manuel Romero, un cantante de ranchero ampliamente desconocido, y otro de Manolo García, exintegrante de El Último de la Fila. Ambos discos fueron una ganga. Pero el eliminador jamás llegó.
De hecho, le escribí un correo electrónico a la empresa vendedora para reclamar mi legítima compra. Y esta me hizo el favor de avisar que nuevamente había hecho el envío. Cuatro meses después he perdido la esperanza de que el eliminador llegué —además de que no me serviría para un carajo, puesto que ya no tengo el modem en cuestión—.
Según mis cuentas, habré perdido unos 300 pesos. Pero mi confianza en el comercio electrónico sigue intacta. Además, si ya le pasó a Berners-Lee, ¿por qué no podría pasarme a mí?

miércoles, 25 de marzo de 2009

The mexican wild west

Perdonarán el título en inglés, pero es que desde que ayer la Procuraduría General de la República anunció que ofrece recompensas por las cabezas visibles de seis de los cárteles de la droga, no ha dejado de rondarme en la cabeza el viejo y salvaje oeste de los Estados Unidos.
Quienes fuimos niños y jugamos algunas vez a indios contra vaqueros y vimos las películas del western estadunidense, tenemos presentes los carteles en los que aparecían los rostros de los delincuentes más buscados y la cantidad de dinero que se ofrecía por sus cabezas, vivos o muertos. Billy, The Kid, por ejemplo.
Los niños de ahora —que no sé si jugarán a narcos contra militares o seguirán jugando a indios contra vaqueros— sabrán que las recompensas por delatar a un delincuente son reales y no una simple historia.
La Procuraduría General de la República se ha encargado de montarse en el tiempo y darle nueva vida a los cartelones en los que aparecían las caras de los facinerosos.
Lo que estamos por ver, es si como en esos años de la colonización del oeste estadunidenses aparecen los cazarrecompensas.
Y si es así, qué tan temerarios pueden ser.
Porque en los western estadunidenses —y, por qué no decirlo, en las novelitas de Marcial Lafuente Estefanía— esos oscuros personajes se enfrentaban cara a cara a los pistoleros más temidos, los asaltantes más odiados y a los dedos más rápidos de la Unión Americana. Todo por una recompensa que en aquellos tiempos debe haber sido una fortuna. Exactamente igual que los 15 o 30 millones que se ofrecen por los malos de la actualidad.
Pero tampoco deja de preocuparme que los carteles de recompensa están asociados en mis recuerdos infantiles con la ley de la selva. La ley del más fuerte y la del ojo por ojo y diente por diente —la del talión—.
Ya de por sí vivimos tiempos de enorme violencia.
Y quién sabe a dónde pueden conducirnos los carteles del mexican wild wild west de la PGR.
Aunque me temo que no tendremos que esperar mucho tiempo para saberlo.

Coyunturales

A propósito de lo del país petrolero —y nosotros sin dinero—, el maestro Ariel Pérez, oriundo de Atlacomulco, me contaba que la expropiación petrolera fue el último recurso del presidente Lázaro Cárdenas, ya que las compañías petroleras se negaban a pagarle a los obreros ya sindicalizados y así cumplir una resolución de la Suprema Corte. “Es decir —me cuenta—, que si los empresarios hubieran pagado, el petróleo seguiría siendo de extranjeros. A lo que quiero llegar es que en muchas ocasiones las ‘circunstancias’ (como ya lo dijera José Ortega y Gasset), son las que van obligando a las tomas de decisión y no tanto la ‘planeación estratégica’ o de ‘visión de futuro”.
Suscribo la idea. Desde luego.
Aunque pareciera que se trata de uno de nuestros peores comportamientos. Mejor dicho: uno de los peores comportamientos de quienes sirven a la sociedad desde los altos niveles del servicio público.
Me explico: hoy parece que entrarle al toro por los cuernos es muy complicado. En general, le tenemos miedo a tomar decisiones. Pero mucho más en los gobiernos, donde ahora cada decisión se sopesa desde el punto de vista de la rentabilidad política y electoral.
¿Tiene rentabilidad en términos de imagen, significa votos presentes o futuros, le sirve a mi partido político? Si la respuesta es positiva, entonces la decisión es afirmativa y expedita.
De lo contrario, el proceso será largo y tortuoso. Tal vez nunca ocurra. A menos que llegue una autoridad a la que le convenga.
Es decir: además de la coyuntura espacial —temporal— las decisiones en los ámbitos gubernamentales se toman a partir de los intereses particulares de los gobernantes y no del interés común.
Ya sé que no he descubierto el hilo negro ni el agua tibia —aunque si así fuera, lo estaría cacareando—. Que la circunstancia determina las decisiones y que así ha sido siempre. Ajá. Lo que me parece nocivo es que a la circunstancia haya que agregar la conveniencia de un grupo o persona.
Y que haya tantas cosas detenidas sólo porque a alguien no le conviene. No importa si la decisión tiene implicaciones positivas en un grupo social numeroso.
Ahora que hay un proceso electoral en marcha es peor. A algunos se les premia y a otros se les castiga. El poder se pone al servicio —como casi siempre— de las minorías.

lunes, 23 de marzo de 2009

Ese 1994


El año de 1994 me trae varios recuerdos. Todos, ligados a la facultad de Contaduría y Administración en la que cursé la carrera de Contaduría Pública —casi toda, digamos que 99.9 por ciento—.
Cronológicamente, lo primero fue el alzamiento zapatista en Chiapas que nos agarró desprevenidos cuando comenzaba el año.
Me acuerdo que entré caminando muy orondo a la segunda planta del edificio de la facultad en Ciudad Universitaria y crucé una sonrisa de complicidad con dos de mis amigos —David García y Jaime Contreras—: “¿cómo la ves?”, pregunté. “¿Lo de los zapatistas?”, fue la pregunta respuesta… “Pues sí”. “¡Qué chido!, ¿no?” Estábamos exultantes. No todos los días comenzaba una rebelión armada en México.
Lo segundo fue el asesinato de Luis Donaldo Colosio.
Al que fuera candidato presidencial del PRI lo fui a ver un día a un mitin político en la Plaza de los Mártires. No recuerdo —aunque creo que no— si ya era candidato presidencial o sólo dirigente nacional del PRI.
Lo que sí recuerdo es que en ese entonces la seguridad no era tan desmedida como la de la actualidad. Un fulano como el arriba firmante, un estudiante universitario cualquiera, podía pararse por donde iba a pasar el prominente político y acercarse incluso al costado del escenario sin que nadie dijera esta boca es mía.
De Colosio Murrieta se hablaba entonces como de un prohombre. Y a mí, que siempre escuché hablar de política en la mesa de mi casa y en las de mi familia, pues me venció la curiosidad.
No me pareció la gran cosa. Creo que ni siquiera me quedé a escuchar el discurso. No me simpatizaba demasiado. En esos días en los que la maquinaria de la sucesión presidencial estaba en marcha, a mí el que me caía bien era Pedro Aspe. Y luego Manuel Camacho.
Hace 15 años, ese 23 de marzo por la tarde, cuando llegué para mi clase de la siete de la noche en la facultad, me dirigí a la cafetería. Ahí, en la radio decían que habían atentado contra Colosio en Tijuana.
Mi primera impresión —la confieso ahora que los colosistas son más pocos, aunque sé que me pintará como la mala persona que parezco— fue de alegría. Tal vez Aspe podría ser candidato —en esta parte debo decir que me dio mucha rabia cuando no fue el elegido—, pensé. Pero enseguida, me preocupé. ¿Adónde íbamos, entre rebeliones armadas y candidatos atacados?
Más tarde supe que lo habían asesinado. Ernesto Zedillo fue elegido candidato y ganó contundentemente. Manuel Clouthier también murió extrañamente. El 19 y 20 de diciembre el peso se devaluó 100 por ciento. 1994 fue un año turbulento.
Y al espacio temporal, físico y social al que llegamos es peor. Algunos creen que con Colosio nos hubiera ido mejor. Por lo que a mí toca, prefiero verlo con escepticismo.

jueves, 19 de marzo de 2009

El país petrolero

¡El país petrolero y el maestro sin dinero!
Ese era uno de los gritos típicos de las protestas de los años ochentas.
En aquellos años dorados en los que los mexicanos nos preparábamos “para administrar la abundancia” como dijo un político de cuyo nombre no quiero acordarme —y tampoco puedo—.
Cuando muchos pensábamos —aunque era un fulano imberbe en esa época, me lo imaginaba— que nos íbamos a convertir en una nación con una riqueza inmensa, como la de Kuwait o los Emiratos Árabes Unidos. Nomás nos iban a faltar los turbantes.
Y claro, muchos no se quedaron en la imaginación. En un cuarto de siglo han amasado fortunas inmensas, al amparo de los negocios que se pueden hacer con la riqueza petrolera del país.
México vive, de hecho,del petróleo. Al menos en lo que se refiere a las finanzas públicas de las que Pemex aporta 40 por ciento. Es decir, cuatro de cada 10 pesos. No menos importante es su contribución a la economía: 13 por ciento del producto interno bruto, más o menos lo que aporta todo el estado de México —que presumimos que es económicamente poderoso—.
Pero el mexicano común y corriente no ve ni alcanza la riqueza petrolera.
Y no me vengan por favor con que sí, que los servicios públicos y las instituciones se pagan con los ingresos procedentes de la venta de petróleo crudo.
A lo que me refiero es a otra clase de distribución de la riqueza. No a que nos repartieran a los mexicanos una porción de las ganancias petroleras —nos hubiéramos hecho ricos con los excedentes petroleros, ¿verdad Chente?—. Sino a que hubieran crecido en calidad y cantidad los servicios públicos a nuestra disposición.
La salud. Un bien inapreciable. Y solamente tienen seguridad social una porción mínima de mexicanos. El resto, nos rascamos con nuestras propias uñas. Pagamos por todo —a diferencia de naciones petroleras como Kuwait, donde no pagan nada—. La educación. Tren para el desarrollo. La básica es gratuita —las cursivas son gracias a las cuotas y cooperaciones que tienen que pagar padres de familia— y acceder a la educación superior está en chino: faltan espacios en las universidades. El empleo. La seguridad. ¿Qué se le antoja?
A mí se me antojaría que la clase política no se hubiera servido de Pemex. Sino que hubiera hecho que Pemex quedara al servicio de los mexicanos.
Algo que hoy se antoja imposible de lograr.
Basta saber que el actual director de Pemex, Jesús Reyes Heroles, le dio la semana pasada un contrato para mantenimiento de ductos a una empresa estadunidense llamada Mexssub… que podría por ser un contrato más, de no ser porque Reyes Heroles prestó sus servicios a esa empresa.
El país petrolero… el político con dinero.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Salarios

El premio Nobel de Economía, Paul Krugman, ha ido por el mundo en estos días diseccionando la crisis económica y financiera global.
No es para menos. Krugman anticipó la crisis, es decir, advirtió de los riesgos que representaban para la economía estadunidense —y mundial— las acciones del sector hipotecario y financiero, además de las medidas del régimen Bush.
Ahora Krugman va por el mundo con una premisa: si no se cambia el modelo económico, para enfrentar la crisis será necesario pasar por una disminución de los salarios.
Sí, no es un equívoco del arriba firmante: Krugman ha sugerido bajar los salarios.
No sé si la solución pudiera ser aplicable a México. Eso, tratándose del general de la población, lo pueden discutir mejor los economistas.
Lo que el arriba firmante puede decir es que gustaría que rebajaran los salarios del servicio público. De los altos funcionarios.
No como una medida económica, sino para que los altos funcionarios comprendan al mexicano promedio, el que vive con 50, 100 o 200 pesos diarios.
Porque cuando se ganan 330 mil pesos mensuales, como los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación o los 200 y tantos mil pesos que gana el seccretario general de la Cámara de Diputados, es imposible entender al obrero o al campesino. Se puede decir que sí, pero es pura demagogia: se trata de una realidad lejana y, por lo tanto, incomprensible.
Quienes ganan 330 mil pesos mensuales obtienen diariamente el sueldo de un mes de un trabajador que gana un salario mínimo. Son condiciones de vida son muy distintas, sus problemas igual. Y en esta crisis, los problemas de trabajador pueden ser menos importantes que los de un ministro de la corte, pero más vitales, como: para qué me alcanza para alimentar a mi familia hoy.
Pero al margen del sentimentalismo inherente al ejemplo, está el ahorro que puede significar para la administración pública del país —de todos los niveles— una disminución en los salarios de los altos funcionarios. Y la cantidad de obras y acciones gubernamentales que se pueden desarrollar con esos recursos, que literalmente se convertirían en inversión productiva, generadora —y distribuidora— de riqueza y empleos.
Desde luego, no creo que la solidaridad gubernamental de para tanto. Seguramente que a pesar de postular la disminución de los salarios, Krugman tampoco cree que se pueda hacer efectiva.
Aunque sería lo más justo.

jueves, 12 de marzo de 2009

Mi primera vez

Es mi primera vez.
La primera vez que me ganó un jetta y 200 mil pesos.
El mensaje me llegó al teléfono celular y puedo jurar que salté de gusto.
¡Tanta gente que había tenido esa experiencia y a mí no me había sucedido! La verdad es que me sentía algo envidioso. ¿Acaso mi número telefónico no aparecía entre los celulares a los que envían estos mensajes los extorsionadores? Hay compañeros de trabajo a los que les han enviado el mensaje hasta en tres ocasiones y a yo, pus chiflando en la loma.
Ahora hasta siento que formo parte de la normalidad social de este país.
Porque casi cualquier usuario de teléfono celular puede contar que ha recibido un mensaje de que se ha ganado el boletazo o que un sorteo de la primera dama en turno lo dotó de una casa o que Telebisa le ha concedido el honor de un carro del color que quiera.
Como en mi caso, en donde el mensaje decía que podía escoger un auto del color que me viniera en gana, además de la marmaja correspondiente.
Debo confesar que sentí rebonito. A sabiendas de que se trató de un intento de extorsión… típico de presidiarios recluidos en algún penal
Ya saben: llamas al teléfono que te indican, responde el licenciado fulano de tal y te da la buena noticia. Ya eres un ganador, el auto de tus sueños llegará a tu casa acompañado de las cámaras de televisión… aunque antes tienes que hacer un depósito en alguna institución bancaria, enviar un giro o comprar un determinado número de tarjetas de telefonía celular para que enseguida se confirme el premio. No se te olvide que es de la primera dama de México.
Por supuesto, mucha gente ha sido timada. Otros, que no somos lo suficientemente ilusos — estamos informados o somos bastante desconfiados—, nos pasamos por el arco del triunfo los mensajitos.
Que no traen ningún premio. Creerlo sería entrar a la categoría de iluso —y bastante tengo con los epítetos que a diario recibo—.
La mayoría de los mensajes salen de las cárceles. Los presidiarios, condenados a pasar algún tiempo en el bote, intentan y consiguen muchas veces engatusar a algunos incautos, de modo que consiguen ingresos que estando a la sombra jamás obtendrían.
Y todo porque los mexicanos tenemos siempre la ilusión de ganarnos algo. Lo que sea. Y si es fácil, mejor.
Por lo pronto, en esta primera vez que tengo el honor de ser escogido para ganar tan bonitos obsequios, sólo respondí con una carcajada. Vía mensaje, desde luego.

miércoles, 11 de marzo de 2009

La idea de Dios

¿Es usted religioso?
En estos tiempos de crisis a veces no queda otra alternativa que implorar la ayuda divina. Sea cual sea la divinidad de su elección: Yahve, Shiva, Kali, Jesucristo, Buda, Huitzilopochtli, Brahma, Alah, Jehová, Zoroastro, Zéus, Elohim, Ngai, Teotecuhtli o la que corresponda. Todas respetabilísimas —no me vayan a salir con una maldición quienes son profundamente religiosos—.
Sea de cara a La Meca, en la Basílica de Guadalupe, en la sinagoga de su elección o en el Teotihuacán iluminado de colores, muchos voltean en estos días a la religión para ver si se les hace el milagro. Ya no digamos de sacarse la lotería, el melate o pegarle a los pronósticos deportivos, sino de conservar el trabajo.
O la plegaria que corresponda.
Pues bien, a todos aquellos que practican lo de a Dios rogando y con el mazo dando, déjenme darles la noticia de que investigadores del Instituto Nacional de Trastornos Neurológicos de EU han logrado ver, gracias a las técnicas de imagen cerebral, dónde se localizan las creencias religiosas y cómo entran en funcionamiento.
Los investigadores analizaron tres componentes de las creencias religiosas: cómo se percibe la implicación de Dios con el mundo, la emoción provocada por la fe y las propias experiencias religiosas.
El estudio, realizado mediante resonancia magnética y a través de diversos cuestionarios, midió la función cerebral de los participantes ante afirmaciones del tipo “Dios guiará mis actos”, “Dios está siempre presente” o “Nos castigará o recompensará al final de la vida”, entre otras.
De este modo, descubrieron que las áreas cerebrales que se activaban al escuchar cuestiones de religión se situaban en el lóbulo temporal —qué quién sabe dónde se encuentra, pero que desempeña una función en el reconocimiento de las caras y en el lenguaje— y el lóbulo frontal —este supongo que ubicado en la mera frente, y que está implicado en la memoria y el juicio—.
Dicho de otro modo: la idea de Dios está entre el lóbulo temporal y el lóbulo frontal de nuestra masa encefálica. En el caso de los que la tenemos, excepción hecha de los que le van al América —no sé si notan la ironía—.
En embargo, el estudio descubrió que las regiones concretas que se activan en los tales lóbulos difieren si el individuo ama a Dios o si, por el contrario, siente ira hacia él. Igual que cuando uno tiene simpatía por alguien —por el débil, por ejemplo— o cuando una persona le cae a uno peor que una patada de mula.
O como cuando uno piensa en que con la crisis todo se está yendo al carajo. Y uno quisiera que cayera un rayo y achicharrara a los que causaron la crisis. O no hacen nada para remediarla.

martes, 10 de marzo de 2009

Sorprenden

El narco sorprende.
Y no me refiero a la violencia con la que actúa todos los días.
Me refiero a la forma en la que intenta el trasiego de las drogas para eludir a las autoridades.
1. Hace unas semanas, en el puerto de Lázaro Cárdenas, en Michoacán, apareció en un contenedor una camioneta —por cierto con matrícula del estado de México— cuyo aspecto era inocente. Pero uno de esos perros entrenados para detectar drogas la señaló: llevaba drogas.
Los policías la revisaron a conciencia pero no encontraron ni un doble fondo ni un paquete ni nada que resultara sospechoso. Parecía normal. Pero el can insistía en la presencia de drogas. Así que se procedió a desarmar la camioneta. Ahí se confirmó que el perro tenía razón: varias partes de la camioneta, como salpicaderas y molduras estaban hechas con cocaína combinada con fibra de vidrio.
La narcocamioneta procedía de Colombia —llegando a México y tras el minucioso escrutinio, nadie la reclamó—.
2. En el aeropuerto de Barcelona, un viajero chileno fue detenido la semana pasada.
En su maleta había latas de cerveza y algunos cilindros de aluminio repletos de drogas. Pero eso no es lo sorprendente, pues todos los días en los aeropuertos del mundo son detenidas personas que intentan traficar con drogas en el interior de sus maletas.
Lo extraordinario es que este chileno —por cierto, de 65 años— iba enyesado. Tenía una fractura de tibia y peroné. Pero el yeso estaba compuesto básicamente de cocaína. Seguramente con la idea de que por razones humanitarias lo dejarían pasar los controles aduaneros prácticamente sin revisión y la droga llegaría sin problemas al mercado europeo.
3. El narco sorprende. Elude a las autoridades por muchos medios. Aunque tampoco es algo novedoso, porque ya hace muchas décadas se cantaba la historia de la banda del carro rojo, la que llevaba “las llantas repletas de yerba mala”.
Sólo pareciera que las autoridades se han quedado rezagadas.
Engañándose a sí mismas.
Como las que dicen que el estado de México es solamente “territorio de paso” de los cárteles de la droga.
Cuando un “territorio de paso” no explica ni la matanza de Ocoyoacac ni los enfrentamiento en Huixquilucan ni los judiciales ejecutados de Tejupilco ni las ejecuciones que todas las semanas ocurren en la entidad.
El narco sorprende. Pero las autoridades también.

lunes, 9 de marzo de 2009

Pena de muerte

En México seguimos debatiendo la pena de muerte.
El debate sobre todo aparece en tiempos electorales. Cuando los partidos y los políticos tienen que ofrecer algo a los electores en materia de seguridad pública.
Como ahora, que la criminalidad y la violencia están creciendo —y algunos creen que hasta fuera de control— y tenemos encima un proceso electoral.
De hecho, desde hace meses el Partido Verde Ecologista de México ha propuesto la pena de muerte para secuestradores. Paradójicamente, puesto que se trata de un partido verde, además de haberle costado el desconocimiento de la federación de partidos verdes de Europa.
Pero no será el único caso.
Las campañas electorales comenzarán en mayo próximo. Dado que una de las grandes demandas sociales es la seguridad, es muy probable que algún político o partido enarbole nuevamente la pena de muerte.
Aunque nunca llegue a convertirse en un proceso legislativo serio. Aunque la pena de muerte no resuelva por sí misma la criminalidad ni aquí ni en China.
En Estados Unidos, por ejemplo, la pena de muerte sigue vigente en varios estados y no ha logrado que la delincuencia desaparezca.
Por el contrario, en otras naciones se ha tomado la decisión de eliminar la pena de muerte en cualquier supuesto.
La más reciente ha sido Italia, donde se ratificó el decimotercer Protocolo de la Convención Europea para la Protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales, que abole la pena de muerte en cualquier circunstancia. Se trata de la nación europea número 41 que ha tomado esta decisión que consolida al viejo continente como zona libre de pena de muerte.
México, en los hechos, ha abolido la pena de muerte. Persiste en la legislación pero hace más de una década que no se aplica.
De hecho, lo paradójico del asunto es que cada vez que un mexicano es condenado a la pena de muerte en Estados Unidos, defensores de los derechos humanos y funcionarios cuestionan el hecho.
Pero sin que se tomen medidas en la legislación mexicana.
A veces hasta pareciera que eso no ocurre porque en los procesos electorales —y en el que sigue y el que vendrá— los partidos y los políticos necesitan banderas como la pena de muerte, para intentar convencer a una sociedad de que están preocupados por su seguridad y tan indignados con la incidencia delictiva y la violencia como el que más.

jueves, 5 de marzo de 2009

El mejor candidato para el puesto

Aunque me presenté —según yo— como el mejor candidato para el puesto, me tocó bailar con la más fea.
No resulté seleccionado como uno de los finalistas… No me tocó hueso.
No me malinterpreten, no hablo de las candidaturas de los partidos políticos, sino del mejor trabajo del mundo. Ese que ofrecen en la isla de Queensland, allá por donde da vuelta el viento. Es decir, en Australia —en esta parte, hagan favor de ofenderse los australianos—.
Nos presentamos —nótese el falso plural— 34 mil fulanos con el respectivo currículum vitae, el video y los demás requisitos que pedían los organizadores del concurso. Todas las nacionalidades y profesiones posibles se dieron cita en un concurso que promete una vida a cuerpo de rey durante medio año.
Pero esta semana los organizadores llegaron con la escoba y sólo dejaron a 50 concursantes.
Que serán 11 en la siguiente eliminatoria.
Los 50 primeros agraciados proceden de una veintena de países. Son los candidatos para vivir en la paradisíaca isla de Queensland en un trabajo que consiste fundamentalmente en ser turista: pasear, bucear y tomar el sol, además de hablar de lo bonito que es llevar este tipo de vida. A cambio de un sueldo tasado en unos 100 mil dólares. Millón y medio de pesos según el tipo de cambio de la tarde de ayer.
Las obligaciones del ganador serán nadar, navegar, tomar el sol, pasear... y contarlo todo en internet, mediante un blog que hable de lo difícil que es llevar una vida de holgazán profesional.
De los 50 primeros seleccionados, Quedarán 11 que participarán en la final. Viajarán a la isla para someterse a entrevistas del 3 de mayo al 6 de mayo, cuando se anunciará el ganador.
En un proceso que seguramente será más fácil que obtener una candidatura priista a regidor en Papalotla.
La lista de candidatos por países la encabezaron Estados Unidos, con 11 mil 565; Gran Bretaña, con dos mil 262, y Australia, aunque sólo se anotaron dos mil 64 personas. De los latinoamericanos, hubo 332 brasileños, 95 chilenos, 87 argentinos, 61 colombianos, 41 ecuatorianos y cuatro bolivianos.
Según parece, no hubo ni un mexicano entrón.
Es posible que la mayoría estemos dedicados en cuerpo y alma a cuidar nuestras chambas vigentes. O que en lugar de buscar trabajo en la isla de Hamilton, en el estado australiano de Queensland, todos anden en pos de una candidatura a regidor, síndico, presidente municipal… o simplemente de matraquero de campaña.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Necesaria aclaración

Tras haber recibido toda clase de expresiones sobre mi punto de vista personal sobre el tema de los perros de Jaltenco, creo necesario hacer algunas precisiones:

1. En ninguna línea he celebrado la muerte de los citados perros —reto a que me digan dónde—. La he minimizado, sí y eso es por qué:

2.Pienso que la vida de seres humanos que han muerto, asesinados, ejecutados, violentados, masacrados, como producto de la violencia que vivimos en la sociedad, debería preocuparnos tanto o más que las de los perros.

Ese es mi punto: ¿por qué no nos preocupamos más por nuestros semejantes? Ese es mi tema: me parece más preocupante la violencia ejercida por un grupo de adultos contra un par de niños en Tlalpan. Como me preocupa el asesinato de niños en Macuspana, Tabasco. O los albañiles masacrados en La Marquesa. O hombres, mujeres y niños en Creel, Chihuahua. O el temor de salir a la calle en Reynosa, Tamaulipas.

3. A diferencia de algunos de ustedes, no he tenido mascotas.
Porque los dos perros, las docenas de gatos, las borregas, cerdos, caballos, gallinas, palomas, conejos, gansos, patos y demás fauna que ha vivido en la casa donde nací, nunca fueron considerados mascotas. Eran parte de mi familia extendida. Seres individuales con los que conversábamos —es posible que ahora me juzgue de loco— y a los que siempre atendimos lo mejor posible.

4. Si creen que critico la causa de los protectores de los animales, se equivocan. El artículo fue una forma de llamar su atención —de picarles la cresta, como dicen en mi pueblo— hacia la causa humana que me parece importante. Y por favor, no digan que esto es antropocentrismo, es preocupación por la sociedad en la que convivimos.
Y al final, creo que eso es lo que a ustedes les preocupa.

Si es así, entonces lo que tenemos es una diferencia de vías, no de propósitos.

Si después de leer esto aún tienen ganas de mandarme a la goma, es que no logré que cambiaran su percepción.

domingo, 1 de marzo de 2009

Los perros de Jaltenco

Todavía me siguen llegando mensajes de los “defensores de los animales” —particularmente aquellos a quienes no les gusta la fiesta brava— que se sintieron ofendidos por mis opiniones en favor de la tauromaquia. El más reciente, de la señora Fabiola Campos, que ya fue contestado en tiempo y forma.
Y no es por incordiar, pero me seguirán llegando a partir de lo que se leerá a continuación.
Verán, mis estimados cuatro lectores —o los que me queden—: estoy sorprendido por el ámpula que ha despertado la matazón de perros y gatos ocurrida en Jaltenco.
Todavía no sé con absoluta certeza si los muertos fueron tres, como señalan algunas versiones, o docenas de animales, como señalan otras que relatan una verdadera masacre.
Tampoco sé a ciencia cierta si encontraron restos de perros y gatos en el refrigerador —y si así fue, mucho menos por qué—. O si es un infundio y sólo se trata de las mollejas, hígados y demás vísceras con las que se iba a guisar un caldo con menudencias el dueño del departamento donde masacraron a los canes. O si estaba experimentando para tener una comprobación científica de aquella frase que dice: perro no comer perro.
Como sea. Lo que me sorprende es que la gente se indigne de la manera que lo ha hecho por la muerte de unos cuantos perritos.
Y que llamen a manifestaciones, concentraciones o protestas —como les quieran llamar— donde hagan patente su molestia por la matazón de marras.
Supongo que es muy importante que maten a unos perros en Jaltenco. Debe tratarse de un verdadero suceso. Algo como para conmover a la república entera.
Aunque las matazones de seres humanos ocurridas en Creel, Chihuahua; Mérida, Yucatán; La Marquesa, estado de México; Macuspana, Tabasco; y otras que se me olvidan nomás nos vienen valiendo sorbete.
Es más, creo que ya ni nos sorprendería saber que en lo que va del año se han cometido más de un millar de personas ejecutadas, de esas muertes al estilo del crimen organizado.
Esas nos valen un soberano pito. Ni una manifestación ni una mentada de madre —he leído muchas contra las autoridades municipales de Jaltenco en los últimos días—. Y son seres humanos.
Pero no maten a una media docena de perros que el país entero se para de pestañas.
Las de nuestros semejantes no nos conmueven.
Y no me digan que eso es otra cosa. Porque siguiendo la lógica de los defensores de los animales, una vida es una vida.
Y por favor, ni se molesten en mentarme la madre por lo de los perros. Porque desde ahora les digo que estoy curado de espanto.

Las campañas

Seguro que ustedes ya se habrán empapado de las precampañas electorales que tenemos en marcha.
Desde hace semanas los partidos políticos y las autoridades electorales se han encargado de sorrajarnos el hecho de que estamos en pleno periodo electoral.
Los mercadólogos y ciencias afines han agotado hasta la última gota de su ingenio —que se nota que se lo acabaron pronto— para conquistar al electorado, cortejarlo debidamente, llevarlo a las urnas y una vez que se ha consumado el ayuntamiento —en el sentido biológico del término—, mandarlo al carajo.
Es decir, lo de siempre.
Aunque en estas precampañas electorales no ha habido mucho ingenio que digamos.
Por ejemplo: ahí están los del PRD con la niña.
Que no es otra que la misma niña de la campaña y los discursos de 20006 del hoy presidente Felipe Calderón. Y la misma niña que el español Mariano Rajoy, del Partido Popular, llevó de allá para acá el año pasado durante la campaña en la que perdió con Zapatero. La misma niña que disfrazada de adulto promedio se hizo llamar Joe El Fontanero, durante las campañas y debates de John McCain y Barack Obama, hoy primer presidente negro de Estados Unidos.
O los del PAN. Que creen que con machacar sus siglas programan al electorado para que vaya a votar en plan de zombi de Sahuayo, dominado por una inteligencia superior.
¡Panpanpanpanpan!, dice el anuncio donde el panismo se cuelga de los programas gubernamentales y asegura que son fruto de su acción responsable. Es decir, exactamente como lo hacia el tricolor hace algunas décadas, cuando las oposiciones estaban en pañales.
Y los del PRI. Con la campaña de “primero”.
PRImero esto, PRImero aquello. La mismita campaña de cuando salí de la primaria en 1984. Que innovadores. Entonces regalaban utilitarios con la frase PRImero México, mientras los candidatos saludaban en su mítines con un “¡PRImero que nada…!”
Lo puedo jurar solemnemente, porque a la corta edad de 12 años ya me acercaba a los mítines —le pueden preguntar a un tío mío que fue presidente municipal en aquellas épocas— y participaba activamente en las campañas.
Hasta que quedé curado de espanto. Y ahora no me sorprende nada. Ni siquiera que los candidatos sean los mismos cada tres años.
Sólo sugeriría que le agreguen a los spots algo que les dé caché. Un ¡agüegüe! Por decir algo.