viernes, 28 de noviembre de 2008

Mortificado

Cuando ya tenía un gran tema, cuando la inspiración se había posesionado de mí, cuando estaba a punto de dar el primer teclazo… que me entero que el insigne Gerardo Fernández Noroña renunció al PRD.
En ese preciso momento, todo se derrumbó dentro de mí… quedé completamente mortificado —¡no te mortifiques!, me dice a mí mismo, pero fue inútil—. Lo que en términos llanos significa que quedé en un estado peor que la aflicción, desazonado y apesadumbrado —quien haya tenido una abuelita que usara esta expresión, sabe a lo que me refiero—.
Porque la vida da golpes. Pero hay de golpes a golpes. Y que Fernández Noroña renuncie al PRD es algo muy difícil de digerir.
Cómo les diré: es como si al sistema planetario solar le quitaran el Sol.
Quedaría la nada. O algo así.
Pues eso, que la renuncia del ínclito exdirigente perredista mexiquense significará, sin duda alguna, el derrumbe y la destrucción del partido del sol azteca.
No es morbo ni nada que se le parezca, pero desde que me enteré de la renuncia estoy esperando —como todo y mi mortificación a cuestas— que los perredistas se vayan desintegrando uno por uno, como pasaba en las películas del Santo.
O que en masa, en uno de esos comportamientos inexplicables de la naturaleza, se reúnan en la Plaza de la Constitución y marchen a las costas de Guerrero —de gobierno perredista— para lanzarse desde La Quebrada al mar a una muerte segura e ineludible.
Eso que hasta el momento en el que redacto estas líneas no ha ocurrido, seguramente pasará cuando se conozca la noticia a través del órgano oficial de la facción del PRD a la que estaba adscrito el egregio y preclaro Fernández Noroña.
Soy de los que cree que es necesario un partido de izquierda en México. Y el PRD, mal que bien, viene ocupando ese espacio en el espectro político nacional, así que las funestas consecuencias que tendrá la renuncia del prócer Gerardo Fernández —ahora que me acuerdo, ¿se resolvió lo de la Suburban que desapareció cuando dejó la dirigencia perredista en el estado de México hace cosa de 14 años?— son peores que las profecías de la Madre Matiana —otra vez, remítanse a sus abuelas—.
Y no puedo seguir. Mi pena es inmensa y no me deja continuar; siento una inmensa opresión en el pecho, la vista se me nubla, los oídos me zumban… ¡No somos nada!

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Desorden mental


Hace cosa de un año la computadora, el teléfono celular y el correo electrónico eran herramientas de trabajo tan comunes y corrientes como el papel y lápiz.
Los usaba como cualquier fulano de tal que debe usarlos porque son parte de su trabajo cotidiano y porque no desea ser un fósil en medio del manejo cotidiano de las tecnologías de información.
Pero de un tiempo a la fecha he entrado a eso que comienza a llamarse “infomanía”.
Es decir, la clase de personas que emplea más de una hora diaria en atender correos electrónicos, responder y estar a la espera del siguiente.
La facilidad de las comunicaciones actuales ha provocado que haga caso omiso de virus computacionales, amenazas a la privacidad, pérdidas de textos por descuido y el peligro que representan en sí mismo los correos electrónicos, con tal de estar on line.
Lo malo del asunto es que acabo de leer que estos síntomas están a punto de incluirse oficialmente en el Manual de Desórdenes Mentales de los psiquiatras estadunidenses.
Aunque algo me ha tranquilizado saber que no soy todavía un caso perdido.
En Estados Unidos el promedio de interrupciones de un trabajador por hora es de 11 veces por hora, incluyendo las llamadas telefónicas, los compañeros de trabajo, pero la mayoría se deben al correo electrónico. Por fortuna, hay días en que apenas me llama alguien y no veo el correo electrónico ni por equivocación. Pero ahora con las blackberries o sus similares que el estadunidense promedio lleva encima —y cada vez más mexicanos—, resulta que el correo electrónico es consultado compulsivamente desde cualquier lugar: el 53 por ciento de los estadunidenses lo consulta en la cama, el 37 por ciento en el baño, el 12 por ciento en la iglesia, el 43 por ciento es lo primero que hace al levantarse y el 40 por ciento en mitad de la noche.
Desde luego, no llego a esos límites. Pero las extraordinarias ventajas de las computadoras y los teléfonos celulares que ahora se conectan con una facilidad pasmosa a la internet me han llevado en alguna ocasión a incurrir en las conductas que fácilmente podrían estar clasificadas como alguna clase de locura.
Ahora mismo, mientras termino este tercio de plana, he consultado dos veces el correo electrónico. Pero me mantuve en vigilia informática tres horas previas.
Cosa que a estas alturas de mis padecimientos mentales ya puedo considerar un mérito.

martes, 25 de noviembre de 2008

Estanflación

A estas alturas del año económico nadie duda que nos ha ido del carajo y que puede ser peor.
Es que a menos que uno sea un optimista irracional e irremediable —algo que parece ocurrir mucho en los gobiernos y en algunos sindicatos—, pues tiene conciencia de que las grandes multinacionales están despidiendo gente para enfrentar la crisis —la más reciente es Phillips, que anunció un recorte de mil 600 empleados—. Y si eso ocurre en esa grandes economías multinacionales que son las empresas transnacionales, pues en la microeconomía de cada caduno —como dicen por el sur mexiquense— no queda más que pensar en que la cosa está del cocol.
Los precios de muchos productos se han ido a las nubes y tal parece que los despidos continuarán. Así que no hay muchas esperanzas de que las cosas mejoren.
La inflación, que es una medición ininteligible de la evolución de los precios, señala que el promedio del aumento de los precios en lo que va del año sea de seis por ciento.
Pero como nadie en sus cinco sentidos ha podido penetrar el misterio del cálculo de la inflación, me permito aventurar que ese seis por ciento de aumento es mínimo frente al volumen de incrementos que tenemos que sortear todos los días.
Y me refiero sólo a los productos básicos, porque si nos ponemos a revisar detenidamente cada bien y servicio que se ofrecen en nuestra economía sería, primero, un cuento de nunca acabar, y segundo, la muestra de que la inflación es un indicador incomprensible y por completo desapegado de la economía real.
Si nos atenemos exclusivamente al seis por ciento de la inflación anualizada, resulta que el aumento de principio de año a los salarios —que fue de 4.5 por ciento— ya fue rebasado en términos nominales. Y mucho más en términos reales.
No quiero ser agorero del desastre, pero durante tres sexenios nos tuvimos que tragar una política económica en la que el fin último era contener la inflación y bajarla a un dígito. Aunque los principales sacrificados de tal medida fueron —y todavía lo son— los trabajadores de todos los niveles, exentando, desde luego, a quienes perciben en un mes lo que un trabajador promedio tarda un año o más en ganar.
Como sea, la inflación hasta noviembre ya es del doble de la prevista en los pronósticos oficiales.
Y la receta para que baje nuevamente será la misma: contención de salarios. Hasta que regresemos a la estanflación que fue lo habitual durante 25 años. Y lo peor es que cuando tuvimos todo para crecer, el gobierno de Vicente Fox destinó los excedentes petroleros al gasto corriente, que nada productivo nos trajo, sólo una burocracia con aires de realeza.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Lindo recibimiento

Por razones que a ustedes les vienen valiendo sombrilla, este fin de semana tuve que apersonarme por el aeropuerto de Toluca.
Una cosa bonita que sigue en construcción, aunque hay que reconocer que ya le cambiaron la cara a la terminal aérea que algunos recordamos. Cuando terminen supongo que habrá un aeropuerto en toda regla.
Lo malo es que al salir de la zona de la terminal aérea se da uno unos quemones bárbaros.
Resulta que al ingresar a la vialidad Miguel Alemán, mejor conocida como bulevar Aeropuerto, lo primero que encontramos fue a una patrulla de tránsito estatal y a un policía de tránsito metros adelante, con un auto detenido en cada casa.
Hasta donde entiendo, en el lugar no hay ningún retén. Tampoco hay algún operativo de revisión de documentos. Como en la zona hay semáforos y topes, doy por hecho que los autos no fueron detenidos por circular a exceso de velocidad por haber infringido el Reglamento de Tránsito estatal.
La única razón visible que compartían los automóviles detenidos era por portar placas de otra entidad federativa. Típico.
No necesito decirle a mis cuatro lectores como supongo que se resolvió la situación. Tampoco hace falta mucha imaginación para suponerlo.
Es cosa de todos los días en esta entidad federativa llamada México y con policías de la Agencia de Seguridad Estatal.
No en balde la encuesta del Instituto Nacional de Migración entre migrantes mexicanos colocó a la policía del estado de México como la más corrupta de cuantas entran en contacto con los migrantes en su camino por carretera desde la frontera México-Estados Unidos hasta su destino final.
Y eso que los migrantes vienen una sola vez al año.
No quiero ni pensar que dirán los automovilistas y choferes de Michoacán, Hidalgo, Jalisco, Querétaro, Puebla, Tlaxcala, Morelos, Guerrero, Guanajuato y otras entidades que utilizan las carreteras mexiquenses para llegar a la capital del país o a otro punto de la república. Corruptazos, es como seguramente tildan a la policía mexiquense.
Eso pensé cuando franqueábamos la puerta del Aeropuerto Internacional de Toluca hacia las vialidades de esta entidad federativa.
Mandos van, mandos vienen —muchos están ahí desde que me acuerdo—, y el fenómeno sigue siendo el mismo.
Vendrán las campañas y todos prometerán acabar con la corrupción.
Pero antes llegará diciembre y esos policías corruptos harán su agosto.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Esperanza de vida

A ver quién me saca de este embrollo:
Más de la mitad de mi vida he vivido en una zona rural del estado de México, aunque no exactamente en los municipios de Temascalcingo, Villa Victoria, Tenango del Valle, Amecameca, Villa de Allende o Acambay en donde la esperanza de vida es de 70 años.
El resto del tiempo me la he pasado entre la capital del estado de México y el bucólico paisaje rural mexiquense.
Añádanle una condición: como varón que soy, los años que puedo vivir se reducen a una cantidad menor al promedio estatal, puesto que está plenamente comprobado que las mujeres viven más tiempo.
De modo que no sé cuál será mi esperanza de vida.
Lo único cierto es que a mis treintaypocos años recién cumplidos ya voy comenzando la bajada.
Pero me gustaría saber, por una curiosidad normal propia de los seres humanos, de cuántos años dispongo. Es decir, cuántos me tocan, para irle midiendo el agua a los camotes.
Aunque, ya saben, nadie tiene la vida comprada y esas cosas que la sabiduría popular expresa muy bien acerca de que nuestra esperanza de vida puede terminar en menos que canta un gallo.
No me preocuparía si viviera en Atizapán de Zaragoza, Huixquilucan, Toluca, Cuautitlán Izcalli o Metepec. Ahí puede uno aspirar a vivir 77 años si no es que más.
Pero dado que he vivido lo mismo en un pueblo mexiquense común y corriente y en la capirucha del estado, no sé qué pensar ni qué clase de planes estoy en posibilidades de hacer.
Lo más sencillo sería decir: vivo en Toluca, por lo tanto viviré 77 años. Pero la cosa no funciona así —eso creo—, de modo que lo sensato sería obtener un promedio que como resultado obtendría que mi vida significará 73 años y medio, un poco menos del promedio estatal pero un poco más que lo que me anticipa la alocada demografía.
Pero parece que no es tan simple.
***
Hoy no habrá, como otros años, desfile de la Revolución mexicana.
Lo siento mucho porque es mi etapa favorita de la historia. Y aunque digan que la conmemoración y la fecha persisten, yo digo que forma es fondo. Y que la que pierde es la Revolución.

martes, 18 de noviembre de 2008

Grave


Apenas la semana pasada fue asesinado un reportero de El Diario de Juárez.
Y ayer, las oficinas de El Debate de Sinaloa fueron atacadas con granadas. Hace un mes un vehículo del diario Reforma fue balaceado en San Mateo Atenco.
Alguien ha decidido atacar a los medios de comunicación por su cobertura en los asuntos relacionados con la inseguridad que se vive en muchas ciudades del país.
Es cierto, Ciudad Juárez, Tijuana, Culiacán, se han caracterizado por padecer desde hace años el flagelo de la violencia generada por el crimen organizado, particularmente las organizaciones del narcotráfico.
Sin embargo, esa violencia ya no es exclusiva de esas ciudades o de entidades como Sinaloa, Sonora, Chihuahua, Baja California o Tamaulipas.
Tampoco lo es el hecho de que la divergencia entre medios de comunicación —periodistas— y autoridades es constante en todo el país en un tema tan delicado como el de la inseguridad.
Porque pareciera que las autoridades tienen en los periodistas a enemigos y no a aliados. Les disgusta profundamente que se señalen sus pecados de acción u omisión.
Retomo, igual que ayer, una parte del editorial de El Diario de Juárez, publicado el viernes pasado, en referencia al “exhorto” del gobernador de Chihuahua, José Reyes Baeza: “a los medios para que evitemos, dijo, caer en la agenda del narco… En este contexto, quisiéramos que el mandatario nos explicara el significado de ‘caer en la agenda del narco’, porque como periodistas no podemos sustraernos de la realidad que los fronterizos padecen, de la que hablan y comentan todos los días en todos los espacios. Sería traicionarnos a nosotros mismos como medio de comunicación, a la vez que traicionar a quienes nos siguen y nos leen… Además, sus palabras envían una doble y riesgosa interpretación, ya que por un lado puede entenderse que nos está diciendo a los medios cómo debemos hacer nuestro trabajo y actuar como el gobierno quisiera que procediéramos… Por otro, manda al hampa el arriesgado recado de que el gobierno no respalda la labor de los medios que no se sujetan a esa encomienda”.
Si esa interpretación del narco está comenzando a ocurrir, no quisiera saber qué podría pasar en otras ciudades del país y con otras autoridades de distintos niveles y responsabilidades. Si se trata de intimidar —de donde sea que se originen los ataques—, más tarde que temprano imperará la autocensura.
Lo que a todas luces resulta grave.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Condena

La semana pasada asesinaron a un reportero de El Diario de Juárez.
Armando Rodríguez Carreón se suma a los 40 periodistas han sido asesinados y ocho más que han desaparecido desde 2000 hasta la fecha en el país, según datos de Reporteros Sin Fronteras en México.
Esa organización y otras, como la Sociedad Interamericana de Prensa, no han dudado en señalar que México es uno de los países de mayor riesgo para la profesión periodística en América Latina y, desde luego, en el mundo.
El Diario de Juárez, tal vez el periódico más importante de Chihuahua, ha dado puntual seguimiento de los acontecimientos que durante años han ensombrecido a la sociedad juarense. Por ejemplo, ha llevado recuentos del número de ejecuciones ocurridas en la frontera chihuahuense, de las muertas de Juárez, de los crímenes comunes y, desde luego, de la cantidad de veces que los gobernantes han prometido acabar con el flagelo de la delincuencia.
Desde luego, a los gobernantes nunca les ha gustado —ni les gustará— la forma en la que algunos medios de comunicación —El Diario de Juárez es un claro ejemplo— señalan hecho que evidencian falta de acción de las autoridades. En su editorial al día siguiente del asesinato, El Diario dejo en claro que esa actitud es un riesgo aún mayor para los periodistas: “Al discrepar con la información de corte policiaco que ha publicado El Diario, una gran parte de la cual manejaba precisamente el periodista Armando Rodríguez, el gobierno estatal nos puso en un estado de indefensión”…
La relación entre periodistas y autoridades de Ciudad Juárez, no es ajena a otras ciudades y estados del país.
Y aunque como decía Eleazar Flores —en su Espacio electoral— debería existir una postura común de la “familia periodística”, dado que esa “familia” es casi inexistente, pues no queda otra más que la condena individual. Reprobar y reprochar el hecho. Acción a la que el arriba firmante se suma, desde luego, retomando una parte de la carta que el mismo Diario de Juárez dirigió al presidente Felipe Calderón:
“La tantas veces reiterada cantaleta oficial de que las condiciones particulares de violencia que hemos venido afrontando los mexicanos [fronterizos, en el original] en el transcurso de este año no son más que una guerra intestina entre bandas de sicarios, resulta una ridícula mentira frente a la realidad insoslayable del cuadro general de terror que cada día tenemos que sortear los ciudadanos de todos los sectores y de todos los niveles”.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Carretadas de dinero


Si ustedes son los felices poseedores de una cuenta de correo electrónico, seguramente en algún momento de su internáutica existencia han recibido un correo electrónico basura, o spam, como es conocido técnicamente.
Los hay por centenares de denominaciones y temas.
En mi caso particular, he tenido el gusto de recibir orondos mensajes de diplomáticos africanos que me hacen acreedor a una herencia de varios millones de dólares de un pariente que tuvo a bien pasar a mejor vida, pero debo compartir aunque sea un mínimo de la inmensa fortuna. También de funcionarios bancarios ingleses que claman por mi ayuda para poder reclamar una cuantiosa cuenta de un difunto que está a punto de ser confiscada por el banco, pero tengo la oportunidad de solicitarla para mí, desde luego vía la intercesión del remitente que igualmente pide una cantidad para su bondadosa persona.
Además, me han llegado ofertas de viagra, cialis, farmacias completas a precio de descuento, tratamientos para alargar el pene, programas para mandar mensajes a celular sin gastar un centavo, listas de gasolineras, tarjetas de crédito, paquetes del correo de Estados Unidos, replicas de relojes a precio de risa, invitaciones a cursos, sensacionales paquetes de promoción… y tantos otros mensajes, que necesitaría revisar uno por uno para enterarme de todo lo que borro en automático.
En uno de mis correos electrónicos —porque uso varios— he recibido hasta un centenar de estos mensajes en una semana, en otro de ellos acabo de hacer la cuenta de que en 15 días llegaron como 120, y al sumar las cantidades, fácilmente llego al millar cada dos semanas.
El spam es realmente molesto. Seguramente compartirán esta impresión conmigo.
Pero es más molesto cuando uno se entera de que los jijos de tal por cual que están detrás de los envíos masivos de correo electrónico basura ganan carretadas de dinero.
Verán: hay un estudio donde un grupo de científicos de computadoras de las Universidades de California y Berkeley infiltraron la más conocida red de spam del mundo para estudiar el nivel de respuesta que los mensajes de spam obtienen. La susodicha red, conocida como Storm, en su mejor momento llegó a controlar más de un millón de computadoras infestadas con virus que las convertían en zombies emisores de spam. Después de infiltrar a Storm, este grupo de científicos crearon falsos sitios web y usaron la misma red para enviar 350 millones de mensajes spam anunciando los sitios, donde supuestamente se vendían productos farmacéuticos y alternativas herbolarias al viagra. El estudio mostró que uno de cada 12.5 millones de correos electrónicos conducen a la venta del producto que anuncian. Es decir, un retorno positivo 0.00001 por ciento.
Pero a pesar de este bajísimo porcentaje de respuesta, los científicos calcularon que las personas que controlan una red de correos electrónicos zombies de un tamaño y capacidad similar a Storm, pueden ganar siete mil dólares al día. Es decir, algo así como 3.5 millones de dólares en un año.
¿Verdad que da coraje?

miércoles, 12 de noviembre de 2008

A propósito de la carretera de mi pueblo


Tengo el testimonio gráfico de la puesta en marcha de la repavimentación de la carretera de mi pueblo. Es la fotografía que antecede al texto —que tomó Gabriela Benítez— aparezco en el momento en el que se da el banderazo a la obra que hemos esperado por casi cuatro años.
Pero como a cada capillita le llega su fiestecita, nótense las sonrisas jocosas de alegría de todos los vecinos de mi pueblo, que se llama Los Reyes. En la parte posterior del gentío se aprecia la escuela primaria Emiliano Zapata, a la que nunca asistí… porque mis segundas letras —las primeras las aprendí en mi casa— y mi educación se las debo en la primaria Coronel Filiberto Gómez de Jocotitlán, que era una escuela muy chida.

Supongaciones felinas


Si a mí me dicen que anda un tigre suelto, lo primero que hago es poner pies el polvorosa.
Yo a los tigres, desde la barrera. Entre más lejos, mejor. La fama que los precede es la peor de entre los felinos. El tigre siberiano puede ser más grande y pesado que el león africano, además de que sus patas son más grandes y sus uñas más desarrolladas. El tigre de Bengala, que parece ser la especie del que se escapó del Bioparque Estrella, es menor en tamaño, aunque no deja de ser el más feroz de los felinos, poseedor de una fuerza descomunal que le permite lograr saltos de más de siete metros de largo y superior a los dos de altura. Nomás pa’ que se den un quemón.
Dicho de otro modo: a mí no me gustaría por ningún motivo tener un tigre enfrente.
Y mucho menos si tiene mal humor o hambre.
Uno supone que ante las características de un animal de esta naturaleza, los circos y zoológicos —e incluso algunos particulares que al tener estos animales en casa demuestran que son subnormales profundos— deben tener las medidas de seguridad suficientes para proteger a su personal y evitar un incidente en que una caricia de uno de estos angelitos se convierta en un accidente de vida o muerte.
Así que: 1. Dado el poder mortífero de un tigre, no es extraño que el ejemplar del Bioparque Estrella haya matado —así sea con caricias— a la persona encargada de cuidarlo. Y 2. Que se intente asegurar que el escape ocurrió después de que cerrara al público el establecimiento.
Porque un tigre suelto con quién sabe cuántas presas a su disposición debe ser para morirse de miedo.
Y todo esto porque los visitantes del parque señalan que estaban en el interior del zoológico —de 250 hectáreas— cuando se les dio aviso de que el tigre se había escapado. O algo así.
De ser cierta la versión, no me quiero ni imaginar el miedo que se debe haber generado. Tampoco lo que deben haber pensado los habitantes de los alrededores del parque —hay casas prácticamente pegadas a las rejas— ante la posibilidad de que un tigre anduviera suelto. Porque una cosa es que el coyote baje y se coma una o dos gallinas y otra que un tigre desesperado se aparezca…
La cosa es que eso no ocurrió y al tigre lo sacrificaron. Supongo que no hubo dardos tranquilizadores ni nada parecido para atrapar al animalito. También supongo que la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales tomará cartas en el asunto.
Pero todas son supongaciones.

martes, 11 de noviembre de 2008

Vox populi


Aunque la versión oficial de la muerte del exsecretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño —hasta ahora—, es que se trató de un accidente aéreo, la vox populi ya decidió su versión y la verdad es que resultará muy difícil que el mexicano común y corriente crea una cosa distinta.
Sobre todo si la verdad oficial apuntala el accidente.
El que menos se arriesga sobre la muerte de Mouriño señala que “estuvo grueso”.
Pero los más temerarios, atrevidos —o como les quieran llamar mis cuatro lectores— sostienen la versión de un ataque del narco contra el entonces secretario de Gobernación que provocó la repentina caída de la aeronave y la consecuente tragedia.
Y eso, que muchos prefieren callar, es lo que están pensando mexicanos por docenas.
Si tiene alguna duda, haga el siguiente experimento: pregúntele a la persona que tenga a su lado si cree que lo de Mouriño fue un atentado. Y la respuesta será positiva y cuando menos dubitativa —un “pus quién sabe” o unos hombros que se alzan en señal de “sepa la bola”—, pero nadie es capaz hoy de rechazar terminantemente la posibilidad, a menos se que llame Luis y se apellide Kuenzler.
El veredicto que ha tomado la turba es simple.
Como antes en casos similares de la muerte o asesinato de políticos o sucesos extraordinarios.
Por ejemplo: hay un titipuchal de mexicanos que creen que detrás del asesinato de Luis Donaldo Colosio pudo haber estado el establishment —que se traduce como un conjunto de políticos e intelectuales que operan en favor del poder económico y social establecido— personificado por el entonces presidente Salinas. O que al diputado Muñoz Rocha lo desaparecieron para proteger a Raúl Salinas. O que Bush estuvo detrás de los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York.
Así que el resultado de la investigación sobre el avionazo que le costó la vida a Mouriño señalará causas técnicas.
Pero el ciudadano de pie ya tiene su versión formada. Aunque no tenga elementos para comprobarla. Sin embargo, el sospechosismo está en nuestros genes —igual que la diabetes— y en nuestra peculiar forma de entender los asuntos públicos.
De modo que aunque resulte ser un accidente, el mexicano de a pie le endilgará el suceso al narco. Y no digo que tenga razón. Es sólo que así se crean estas certezas populares.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Lo caido caido

De puro churro estaba en mi pueblo el sábado pasado, en una reunión que para ustedes no tiene la menor importancia, pero que es trascendental, pues mi familia paterna ha decidido verse cuando menos una vez al año, para ver cómo hemos cambiado unos y otros, además de reconocernos o incluso conocernos.
Porque la familia de mi difunto padre es tan extensa, que les juro que me puedo cruzarme en la calle con algún primo, sobrino, sobrino nieto o sobrino bisnieto y no saber ni por equivocación que existe algún parentesco.
Así que en eso estaba, cuando me enteré que el diputado federal de mi distrito, que es Gustavo Cárdenas, iba a tener una reunión con las fuerzas vivas del pueblo de Los Reyes.
De modo que me apersoné cuando el acto estaba a punto de culminar —y yo había instalado la electricidad en la carpa instalada en mi casa y asistido a una parte de la reunión en la que religiosamente recordamos 50 años de la muerte de mi abuelo—.
El diputado Cárdenas hacía uso del micrófono, cuando algún vecino bien intencionado —supongo— le hizo saber que estaba ahí. Así que en menos de lo que les cuento, estaba yo en el templete en medio de las altas autoridades locales, municipales y distritales. Les soy sincero, esperaba una rechifla pero la gente se portó bien y creo que hasta algunas palmas se batieron; debo decir que jugó a mi favor que ya habían sido entregados, simbólicamente, algunos materiales y se había anunciado una inversión de casi medio millón de pesos para el centro de salud —algo en lo que por lo que entendí, se había hecho guaje el alcalde—.
En el acto, se anunció que la repavimentación de la carretera de mi pueblo es un hecho.
Ahí, como más vale llegar a tiempo que ser invitado, me convidaron a dar el banderazo de salida de la maquinaria que estará trabajando en esta obra que mis vecinos venían solicitando desde hace cuatro años. Un reclamo con el que me solidaricé y durante un rato estuve jeringando en este mismo tercio de plana.
Dicho de otro modo: por fin van a repavimentar mi carretera.
Lo que no sé es si tengo que pagar cierta apuesta con el notario René Santín. Porque los fondos de los que sale la repavimentación son federales —gestionados por el diputado Cárdenas, que prometió y cumplió—.
Pero no importa si el recurso es estatal o federal, porque como dicen en mi pueblo, lo caido caido.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Vestido y alborotado

Muchos estamos fascinados con la capacidad de comunicación y difusión que tiene internet.
Otros no lo están tanto y dicen cosas de este tipo: “En internet hay mucha basura y la gente, en su mayoría, busca basura” —Jeff Jarvis, del diario británico The Guardian—.
Y sin embargo, nadie puede estar ajeno a un fenómeno presente y futuro. Porque en la internet hay 130 millones de blogs, 10 millones de videos en Youtube y más de 400 mil artículos en Wikipedia en español. En Flickr hay como tres mil millones de fotografías y en Facebook otros 100 mil millones de fotos.
Facebook, junto con Hi5 y MySpace, son tal vez las redes sociales más conocidas. En México, Hi5 es número uno, aunque algunos de nosotros preferimos Facebook, una red a la que visitan diariamente 110 millones de personas.
Es un sitio muy útil si quieres recuperar a tus amigos de la infancia, antiguos compañeros de trabajo o de escuela o amigos y compañeros de sector alrededor del mundo.
Pero en Facebook —como en las otras redes sociales— el significado de la palabra “amigo” es tan flexible…
Eso lo pudo comprobar Hal Niedzviecki, un escritor residente en Toronto. En su red de contactos de Facebook llegó a sumar más de 700 amigos o conocidos.
Y al alcanzar esta cifra, quién sabe en qué artes decidió convocar una fiesta en su casa para todos ellos.
A la fiesta llegó sólo uno de sus amigos —o contactos, como atinadamente definen algunos usuarios—.
Hal Niedzviecki se quedó con un palmo de narices. O como decimos por aquí: con los gastos hechos o como novia de rancho.
Fue, según el arriba firmante, un caso de mala suerte. O de pobre capacidad de convocatoria.
Porque lo contrario le sucedió a una joven británica, de nombre Jodie Hudson, en la ciudad española de Marbella en mayo pasado.
La fulana en cuestión decidió celebrar sus 16 primaveras y acudieron a la convocatoria digital unos 400 adolescentes. El resultado: mucho alcohol y una casa totalmente arrasada.
Jodie quería la fiesta del año. Dejó invitaciones a granel en Facebook donde invitaba a todo el mundo. Hablaba de “mucho alcohol y un DJ increíble”. El descontrol derivó en robos de ropa y joyas por valor de unos 10 mil dólares. En la súper fiesta lo que no se tiró por la ventana, terminó en la alberca.
No sé que habría pasado si los 700 invitados de Hal Niedzviecki hubieran llegar a su casa. Pero creo que fue mejor que lo dejaran plantado. Vestido y alborotado.

jueves, 6 de noviembre de 2008

La pregunta sin respuestas


Medio México se pregunta ¿qué está pasando en este país?
La otra mitad de México no está en posibilidades ni en edad de preguntarse lo mismo, pero si pudieran lo harían.
¿Qué está pasando en este país donde en circunstancias extrañas —por decir lo menos— muere el segundo hombre más importante en el gobierno? ¿Qué está pasando en este país donde cuatro mil 700 personas han sido asesinadas en hechos relacionados con el crimen organizado?
Desde luego, ni por equivocación y mucho menos por iluminación tengo la respuesta.
Lo único que sé es que si llegaran a ser ciertas las sospechas de que el crimen organizado —llámese narco o no— está involucrado en la muerte de Juan Camilo Mouriño, sería terrible comprender de golpe y porrazo el poder que han acumulado estas bandas.
Hoy por hoy —dentro de las malas noticias— lo mejor es que se tratara de un accidente.
Aún así, la pregunta subsiste.
Porque la muerte de Juan Camilo Mouriño se eslabona de la cadena de violencia que hemos vivido durante todo el año. No importan, de momento, las condiciones, razones o causas del accidente y el fallecimiento del responsable de la política interna del país: su muerte se da en plena guerra contra el narco, con casi cinco mil personas ejecutadas, con la PGR infiltrada hasta lo más alto por el crimen organizado, con la muerte diaria de policías y delincuentes.
Una guerra de la que parece que no nos hemos dado cuenta o que preferimos soslayar.
El solo hecho de imaginar que alguien pudiera haber saboteado el avión del secretario de Gobernación es para dar miedo. Pero leyendo los comentarios ayer en los medios digitales, es posible darse cuenta de que la opinión popular se inclinó de inmediato por la condena al narcotráfico y por atribuirle la muerte de Juan Camilo Mouriño Terrazo.
Hasta ahora —cuando redacto este tercio de plana— nadie en el gobierno ha querido aceptar tal versión. Hasta ahora se descarta el sabotaje y se prefiere la hipótesis del accidente. Que es la más sana de todas.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Todo el mundo pregunta por lo de Mouriño

Medio México se pregunta ¿qué está pasando en este país?
Desde luego, no tengo ni por equivocación o iluminación la respuesta.
Lo único que sé es que si llegaran a ser ciertas las sospechas de que el crimen organizado —llámese narco o no— en la muerte de Juan Camilo Mouriño, sería terrible comprender de
golpe y porrazo el poder que han acumulado estas bandas.
Hoy por hoy —dentro de las malas noticias— lo mejor es que se tratara de un accidente.

Soy vasco


No sé si se los he contado, pero gracias al youtube he podido seguir algunos de mis programas favoritos de la televisión española.
Por ejemplo, una revista llamada Caiga Quien Caiga, que a diferencia de un programa de nombre semejante que se transmite en una televisora mexicana, no se ocupa de los espectáculos a menos que sea necesario. Y un programa cómico de la televisión pública vasca que se llama Vaya Semanita —porque la televisión pública no tiene por qué ser solemne y ceremoniosa—.
Pues resulta que por azares del destino —si es que tal cosa existe—, llegaron a mis manos sendos ejemplares escritos por los guionistas de Vaya Semanita: los hermanos Terol: Óscar y Susana, Diego San José y Kike Díaz de la Rada. Uno de llama Todos nacemos vascos y el segundo Ponga un vasco en su vida.
En ambos la tesis es que los vascos son la cuna y el origen de todo. Incluso del idioma español.
Se trata, desde luego, de dos volúmenes en los que con mucho humor se trata de demostrar que en el mundo mundial todos tenemos algo de vascos o que para vivir como Dios manda, debemos trabar relación con algún vasco o vasca.
Por azares del destino —es decir, porque comencé a leer el que agarré primero— ya leí el que se supone es la segunda parte de la historia. Aunque todo indica que ambos son una extensión de las tesis que defiende el programa acerca de los vascos, incluyendo el propio humos de esos “chicarrones del norte” de España.
El libro propone hasta un test de vasquidad del que es difícil no salir vasco.
Por supuesto, aborda el tema de la cocina vasca y cómo al mundo le ha dado por celebrar e imitar a la cocina de los chefs originarios de esa porción de España.
No quiero hacerles el cuento largo, porque el tema de la cocina vasca da para mucho. Para que se hagan una idea de las tesis de libro, hagan de cuenta que hasta las bíblicas lentejas que Jacob le ofreció a Esaú a cambio de su primogenitura son vascas ciento por ciento.
Desde luego he quedado convencido de que aunque nativo y vecino del estado de México durante treinta-y-pocos-años, debo tener alguna raíz vasca inexplorada. Dado el test y las características del vasco común y corriente —salvo la barriga que no he desarrollado—, todo indica una cierta vasquitud que por lo visto compartimos más de lo que podemos creer.
Basta una alusión: el vasco no quiere conocer, quiere descubrir. Y el ejemplo más claro apunta a casi todo aquel que haya visitado un lugar que le resulte extraño, pero que en vez de preguntar vaya dando mil y un vueltas hasta dar con su destino. Si es el caso de ustedes, mis cuatro lectores, no lo duden: son vascos.

Aquí un video de Vaya semanita

martes, 4 de noviembre de 2008

Urbanidad


Hubo un tiempo en que en este país en el que había ciertas normas convivencia que se acataban aunque no estuvieran escritas.
Y eran cosas de lo más sencillo: levantarse del lugar cuando una mujer embarazada o un anciano aparecieran por el autobús lleno o en una sala de espera; reprocharle a cualquier hijo de vecino, conocido o no, que arrojara basura en la calle; se miraba cuando menos con reprobación al automovilista que se estacionara en doble fila; se escuchaba con respeto —y hasta con sumisión— el regaño de cualquier persona mayor; se guardaba silencio en lugares que lo requerían, como los hospitales o las iglesias; se respetaban las filas y ¡ay de aquel que se saltara un lugar! Y muchas otras cosas por el estilo, que sin ser leyes eran reglas que se cumplían para demostrar educación y urbanidad.
Pero de un tiempo a la fecha, no hay fulano que respete tales normas.
Y mucho menos que se deje llamar la atención.
Si alguien aparece muy de madrugada frente a su casa para dejar montones de bolsas de basura y usted tiene el arrojo de reclamar tal actitud, lo más seguro es que el infractor de la norma social —y también de alguna administrativa— lo insulte de mala manera. O lo mande directo a la tiznada, que es un lugar muy feo, por lo que me han contado.
Si por azares del destino le toca ir detrás de una señora —o señor, da igual— que va a hacer un mandado en una calle concurrida y tiene a bien estacionarse en doble fila, no le importará si usted de deshace en bocinazos. Antes bien, le devolverá una sonora mentada o hará como la que la virgen le habla, sino es que pasa de las palabras a los hechos y se lanza a la agresión iracunda y ciega.
Y si dado el caso es usted víctima de un grupo de sonoros beodos —en la vía pública o en el edificio de departamentos o mini fraccionamiento donde vive—, ni pensar en salir a reclamar el silencio necesario para dormir —como se hacia antes—; si acaso, los denunciará a la policía, que a su vez hará caso omiso de la denuncia, no vaya a ser que les salgan respondones.
Mucha gente cree que tiene derecho a hacer lo que le de la gana sin importar los daños a terceros. Ahora hasta el mozalbete imberbe se siente señor de vidas y haciendas.
Rotas esas normas básicas de convivencia, no es extraño que los delincuentes maten policías como si cualquier cosa o que nadie se arriesgue a apercibir a algún fulano, si a lo mejor resulta un delincuente contumaz o un influyente.

lunes, 3 de noviembre de 2008

¿Y los chalecos, apá?

De la parte final de la semana hasta este lunes llevo contados una docena de policías muertos.
Son muchos y en muy poco tiempo. Así que desde el viernes me pregunto: ¿cuántos se habrían salvado de haber estado equipados con chalecos antibalas?
No lo sé. Imposible adivinarlo. Pero mientras tanto la duda quedará.
Lo que doy por un hecho es que en eso que se llama conciencia y que parece que los jefes de la Agencia de Seguridad Estatal no tienen —desde el secretario de Gobierno, Humberto Benítez, hasta el menor comandante—, no debe haber ningún gusanillo que les cuestione lo de los chalecos antibalas.
Esta cuestión de los chalecos la planteó el arriba firmante en este mismo tercio de plana el 28 de abril y luego el 27 de mayo. Lo hago ahora: ¿Y los méndigos chalecos?
¿Se habría salvado algún policía de haber portado chaleco antibalas?
No lo sé.
Aquel 28 de abril redacté, a propósito de un operativo en Toluca, que “los polis iba a su aire… como si fuera un pic nic o cosa semejante… Pero no está de más un chalequito. Que hasta donde entiendo salva vidas en casos de refriegas especialmente belicosas. Este no fue el caso. Qué bueno. A menos que no tengan los mentados chalecos y [ a los policías] los manden a la calle a raiz. A que el pellejo, y nada más que el pellejo los ampare…”
Y el 27 de mayo, hice el recuento de la muerte de un comandante de Agencia de Seguridad Estatal y las lesiones de tres policías en una refriega acontecida en el bar El Atardecer, en el municipio de Huixquilucan, donde los policías de la ASE fueron recibidos a balazos.
Que quién sabe qué habría sucedido si usaran el famoso chaleco. Porque el pellejo no resistió balas de rifles AK-47.
Y la media docena de policías muertos de la semana anterior, desde luego tampoco usaban el triste chaleco. Y por más corriosos que estuvieran, no resistieron los balazos.
Claro, sus más altos jefes no se exponen sin vehículos blindados.
Ellos, policías rasos, jefes de turno o comandantes, se tienen que rascar con sus propias uñas.
Como si no supieran que el horno no está para bollos.