lunes, 3 de noviembre de 2008

¿Y los chalecos, apá?

De la parte final de la semana hasta este lunes llevo contados una docena de policías muertos.
Son muchos y en muy poco tiempo. Así que desde el viernes me pregunto: ¿cuántos se habrían salvado de haber estado equipados con chalecos antibalas?
No lo sé. Imposible adivinarlo. Pero mientras tanto la duda quedará.
Lo que doy por un hecho es que en eso que se llama conciencia y que parece que los jefes de la Agencia de Seguridad Estatal no tienen —desde el secretario de Gobierno, Humberto Benítez, hasta el menor comandante—, no debe haber ningún gusanillo que les cuestione lo de los chalecos antibalas.
Esta cuestión de los chalecos la planteó el arriba firmante en este mismo tercio de plana el 28 de abril y luego el 27 de mayo. Lo hago ahora: ¿Y los méndigos chalecos?
¿Se habría salvado algún policía de haber portado chaleco antibalas?
No lo sé.
Aquel 28 de abril redacté, a propósito de un operativo en Toluca, que “los polis iba a su aire… como si fuera un pic nic o cosa semejante… Pero no está de más un chalequito. Que hasta donde entiendo salva vidas en casos de refriegas especialmente belicosas. Este no fue el caso. Qué bueno. A menos que no tengan los mentados chalecos y [ a los policías] los manden a la calle a raiz. A que el pellejo, y nada más que el pellejo los ampare…”
Y el 27 de mayo, hice el recuento de la muerte de un comandante de Agencia de Seguridad Estatal y las lesiones de tres policías en una refriega acontecida en el bar El Atardecer, en el municipio de Huixquilucan, donde los policías de la ASE fueron recibidos a balazos.
Que quién sabe qué habría sucedido si usaran el famoso chaleco. Porque el pellejo no resistió balas de rifles AK-47.
Y la media docena de policías muertos de la semana anterior, desde luego tampoco usaban el triste chaleco. Y por más corriosos que estuvieran, no resistieron los balazos.
Claro, sus más altos jefes no se exponen sin vehículos blindados.
Ellos, policías rasos, jefes de turno o comandantes, se tienen que rascar con sus propias uñas.
Como si no supieran que el horno no está para bollos.

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