martes, 4 de noviembre de 2008

Urbanidad


Hubo un tiempo en que en este país en el que había ciertas normas convivencia que se acataban aunque no estuvieran escritas.
Y eran cosas de lo más sencillo: levantarse del lugar cuando una mujer embarazada o un anciano aparecieran por el autobús lleno o en una sala de espera; reprocharle a cualquier hijo de vecino, conocido o no, que arrojara basura en la calle; se miraba cuando menos con reprobación al automovilista que se estacionara en doble fila; se escuchaba con respeto —y hasta con sumisión— el regaño de cualquier persona mayor; se guardaba silencio en lugares que lo requerían, como los hospitales o las iglesias; se respetaban las filas y ¡ay de aquel que se saltara un lugar! Y muchas otras cosas por el estilo, que sin ser leyes eran reglas que se cumplían para demostrar educación y urbanidad.
Pero de un tiempo a la fecha, no hay fulano que respete tales normas.
Y mucho menos que se deje llamar la atención.
Si alguien aparece muy de madrugada frente a su casa para dejar montones de bolsas de basura y usted tiene el arrojo de reclamar tal actitud, lo más seguro es que el infractor de la norma social —y también de alguna administrativa— lo insulte de mala manera. O lo mande directo a la tiznada, que es un lugar muy feo, por lo que me han contado.
Si por azares del destino le toca ir detrás de una señora —o señor, da igual— que va a hacer un mandado en una calle concurrida y tiene a bien estacionarse en doble fila, no le importará si usted de deshace en bocinazos. Antes bien, le devolverá una sonora mentada o hará como la que la virgen le habla, sino es que pasa de las palabras a los hechos y se lanza a la agresión iracunda y ciega.
Y si dado el caso es usted víctima de un grupo de sonoros beodos —en la vía pública o en el edificio de departamentos o mini fraccionamiento donde vive—, ni pensar en salir a reclamar el silencio necesario para dormir —como se hacia antes—; si acaso, los denunciará a la policía, que a su vez hará caso omiso de la denuncia, no vaya a ser que les salgan respondones.
Mucha gente cree que tiene derecho a hacer lo que le de la gana sin importar los daños a terceros. Ahora hasta el mozalbete imberbe se siente señor de vidas y haciendas.
Rotas esas normas básicas de convivencia, no es extraño que los delincuentes maten policías como si cualquier cosa o que nadie se arriesgue a apercibir a algún fulano, si a lo mejor resulta un delincuente contumaz o un influyente.

No hay comentarios: