jueves, 19 de marzo de 2009

El país petrolero

¡El país petrolero y el maestro sin dinero!
Ese era uno de los gritos típicos de las protestas de los años ochentas.
En aquellos años dorados en los que los mexicanos nos preparábamos “para administrar la abundancia” como dijo un político de cuyo nombre no quiero acordarme —y tampoco puedo—.
Cuando muchos pensábamos —aunque era un fulano imberbe en esa época, me lo imaginaba— que nos íbamos a convertir en una nación con una riqueza inmensa, como la de Kuwait o los Emiratos Árabes Unidos. Nomás nos iban a faltar los turbantes.
Y claro, muchos no se quedaron en la imaginación. En un cuarto de siglo han amasado fortunas inmensas, al amparo de los negocios que se pueden hacer con la riqueza petrolera del país.
México vive, de hecho,del petróleo. Al menos en lo que se refiere a las finanzas públicas de las que Pemex aporta 40 por ciento. Es decir, cuatro de cada 10 pesos. No menos importante es su contribución a la economía: 13 por ciento del producto interno bruto, más o menos lo que aporta todo el estado de México —que presumimos que es económicamente poderoso—.
Pero el mexicano común y corriente no ve ni alcanza la riqueza petrolera.
Y no me vengan por favor con que sí, que los servicios públicos y las instituciones se pagan con los ingresos procedentes de la venta de petróleo crudo.
A lo que me refiero es a otra clase de distribución de la riqueza. No a que nos repartieran a los mexicanos una porción de las ganancias petroleras —nos hubiéramos hecho ricos con los excedentes petroleros, ¿verdad Chente?—. Sino a que hubieran crecido en calidad y cantidad los servicios públicos a nuestra disposición.
La salud. Un bien inapreciable. Y solamente tienen seguridad social una porción mínima de mexicanos. El resto, nos rascamos con nuestras propias uñas. Pagamos por todo —a diferencia de naciones petroleras como Kuwait, donde no pagan nada—. La educación. Tren para el desarrollo. La básica es gratuita —las cursivas son gracias a las cuotas y cooperaciones que tienen que pagar padres de familia— y acceder a la educación superior está en chino: faltan espacios en las universidades. El empleo. La seguridad. ¿Qué se le antoja?
A mí se me antojaría que la clase política no se hubiera servido de Pemex. Sino que hubiera hecho que Pemex quedara al servicio de los mexicanos.
Algo que hoy se antoja imposible de lograr.
Basta saber que el actual director de Pemex, Jesús Reyes Heroles, le dio la semana pasada un contrato para mantenimiento de ductos a una empresa estadunidense llamada Mexssub… que podría por ser un contrato más, de no ser porque Reyes Heroles prestó sus servicios a esa empresa.
El país petrolero… el político con dinero.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Don Felipe González. Ahora que acudí a la ceremonia conmemorativa de la expropiación petrolera, el discurso oficial corrió a cargo del Actuario Ernesto Monroy (por cierto no sé quién le prepare sus discursos pero los que le he oído están muy bien hechos) y allí nos contó que esto de la expropiación más bien fue "el último recurso", dado que Lázaro Cárdenas "hizo todo lo que pudo" para que las compañías petroleras cumplieran la resolución de la Corte para pagarles a los obreros ya sindicalizados, y no le quedó de otro que expropiar. Es decir, que si los empresarios hubieran pagado, el petróleo seguiría siendo de extranjeros. A lo que quiero llegar es que en muchas ocasiones las "circunstancias" (como ya lo dijera José Ortega y Gasset), son las que van obligando a las tomas de decisión y no tanto la "planeación estratégica" o de "visión de futuro". ¿No crees?

Profr. Ariel Pérez Jiménez

Felipe A González L dijo...

Sí, maestro. Tienes razón. Pero pareciera que ahoora no queremos "entrarle al toro por los cuernos". Le tenemos miedo a las decisiones. Mucho más en los gobiernos, donde ahora cada decisiòn se sopesa desde el punto de vista de la rentabilidad política y electoral.