La primera vez que leí esta palabrita dominguera —pelele— era un mozalbete imberbe que gustaba de la revista Contenido. La recuerdo perfectamente porque no entendí lo que significaba y porque era una portada en color verde bandera con una carota delineada en negro de Emilio Portes Gil. Y decía: “Yo nunca fui un pelele de Calles”.
No entraré en detalles, pero la palabra pelele regresó a mi vida cuando Andrés Manuel López Obrador, alias El Peje, tuvo a bien endilgarsela al actual presidente Felipe Calderón. Y vino de rebote.
Con un fulano que se hace llamar Juanito. Pero que se llama Rafael Acosta Martínez. Y que en realidad me viene valiendo un soberano pito.
Pero que últimamente es noticia porque ganó la elección de delegado de Iztapalapa pero prometió cedérsela a una señora que llama Clara Brugada, cuyo marido y cuñado ya fueron delegados en esa misma demarcación. Es decir, se comprometió a ser el pelele de la señora Brugada y del mismísimo Peje.
Pero tal parece que Juanito —o como se llame— ya les salió respondón. O por lo menos anda buscando como negociar ser un pelele, pero con dignidá. Si es que tal cosa es posible.
Así que lo más seguro es que Juanito pase a la historia como un señor que se ponía cintitas tricolores en la cabeza y al que mangoneó López Obrador, que no deja de darse sus baños de pureza. El experto en ver la paja en el ojo ajeno y sin sentir la viga en el propio.
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