lunes, 27 de abril de 2009

Lo que nos faltaba


Como dicen en mi pueblo: ya éramos muchos… y parió la abuela.
Pues eso: ya no estaba yendo del carajo —crisis, desempleo, inseguridad, ejecuciones, narcotráfico, México pierde ante Honduras, más crisis, más desempleo, más violencia… por si ya se les había olvidado— y una epidemia de ébola… digo, de ántrax… digo, de Síndrome Respiratorio Agudo Severo… digo, de gripe aviar… digo, de influenza porcina, se nos vino a presentar a 15 días de que comiencen las campañas electorales.
Es decir, estamos en medio de una verdadera tragedia, cuyas consecuencias son de pronóstico reservado.
Por lo pronto, con lo previsores que somos los mexicanos —eso de planear y prever se nos da que ¡qué bárbaros!—, saldremos de esta para cuando “el presidente del empleo” esté a punto de entregar su administración.
Pero, eso sí, todos con nuestro respectivo tapabocas.
Porque deben saber que toda farmacia que se considere a sí misma decente en el Distrito Federal, estado de México, San Luis Potosí y comarcas aledañas, agotó desde el viernes su dotación de máscaras antigás —léase tapabocas—. Nunca antes la hoy floreciente industria de fabricar tapabocas había recibido tal demanda de su mercancía —al grado de que se está pensando en declarar epidemias cada cierto tiempo para que este sector saque a la economía del atolladero—.
Lo mismo pasa con el alcohol antibacterial en gel —si untado es bueno, cómo será tomado, me dijo un paisano que ya se había untado por dentro una dotación—. Las botellas de todos tamaños, especialmente las que tenían olor a alcanfor, se agotaron en menos que se los cuento.
Pero esa es otra historia.
Lo que les digo ahora a mis cuatro lectores es que la ley de Murphy se cumple a pie juntillas: si las cosas van más, pueden empeorar.
Y que no importa lo que seamos capaces de hacer, porque todavía puede ser peor.
Si no lo creen, piensen en su situación personal, ustedes que son trabajadores y padres de familia —como el arriba firmante—: hace apenas una semana que se habían terminado las vacaciones y todo el mundo respiraba tranquilo. Pero no terminó ni una semana de clases cuando los niños volvieron a sus casas, adonde permanecerán por lo menos hasta el 6 de mayo.
Pero la epidemia de influenza porcina que nos ataca ha obligado a cerrar todos aquellos lugares de multitudinaria convivencia, de modo que los niños se tienen que quedar en casa encerrados a piedra y lodo.
Lo que entraña un nuevo problema: no hay niño peor que el que está encerrado en casa por semana y media.
Lo que me lleva a citar la ley de Pudder: Todo lo que empieza bien, acaba mal: Todo lo que empieza mal, acaba peor. Y agregar: Nada es tan malo nunca como para que no pueda empeorar.

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