jueves, 23 de abril de 2009

Los libros

Se celebra hoy el día del libro.
Un día muy bonito. Como el día del niño. O del día de la madre.
Con una única excepción: nadie le regala nada a los libros. A veces ni siquiera una ojeada.
Ya saben: México es un país con muy pocos lectores y el promedio de lectura de los mexicanos es de medio libro al año, según algunas estadísticas. Otras sugieren libro y medio. Pero eso es lo de menos, porque lo que implica una estadística de esta naturaleza es que hay mexicanos que no leen ni un ejemplar de El libro vaquero en el año —cosa que supongo contaría para la estadística—.
A mí me gusta leer. Casi todo lo que cae en mis manos. Salvo algunos autores que encuentro ilegibles y libros de poemas que siempre encuentro incomprensibles —a la poesía en sí no le entiendo—. Desde chiquillo encontraba en la lectura mundos nuevos al alcance de un pueblo de —entonces— mil y tantos habitantes. No había internet ni wii. De lo contrario, nunca habría leído el enfrentamiento entre Mano amarilla y Bufalo Bill o acudido al faro del fin del mundo o cazado en Sumatra y Java o al lado de Demetrio Macías o Pepe El Diablo.
Pero para que les cuento.
Porque hoy lo que importa es el libro. El que sea. Bueno o malo. Best seller o infumable. Aunque debo destacar a los clásicos. Esos que hay que leer —aunque algunos resulten francamente engorrosos— porque hay que leer. Así sea unas líneas en la primaria, secundaria o preparatoria, pero casi todos entramos en contacto con los clásicos alguna vez en la vida.
De hecho, en alguno de los varios libros de memorias de José Vasconcelos —porque son tantas sus memorias que están divididas en varios libros— leí que cuando este personaje fue secretario de Educación Pública, se propuso editar una colección de libros clásicos que debían estar presentes en todas las escuelas del país. Algo así como las bibliotecas de aula de la actualidad, pero con calidad, en vez de cantidad —no importa qué leen los niños, el chiste es que engrosen la estadística—. No lo hizo y no recuerdo por qué, pero seguro que la culpa fue de alguno de los generalotes de la época posrevolucionaria.
Por eso ahora me ha regocigado el hecho de que alguien —no sé quién y es lo de menos— tuvo el tino de editar en la costosa Biblioteca Mexiquense del Bicentenario una serie de clásicos: Virgilio y Horacio, Esquilo, Sófocles y Eurípides, Platón, Plutarco, Don Juan Manuel y varios más.
Si esa colección de clásicos llega a donde debe llegar —es decir, a los infantes mexiquenses—, la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario se justifica por completo.
Y si esos escolapios son alentados a leer los clásicos hasta ahora publicados. Y se publican más. Pues qué mejor.

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