martes, 2 de diciembre de 2008

Chachalaca


Algunos ya lo sospechábamos. Otros tenían la certeza. Pero la mayoría lo ignoraba.
Es que la sola existencia de Foxilandia, ese lugar idílico donde no pasaba nada y todo iba viento en popa, ya era sospechoso. Como lo fue también que el hecho de aquel que sacó al PRI de Los Pinos fue incapaz de hacer a un lado a su amante, y luego su esposa, de las decisiones más trascendentales de la vida pública de este país llamado México.
Sólo lo que ha revelado la iglesia Católica —difundido por la revista digital Reporte Índigo— explica los hechos: el expresidente Vicente Fox padece “serios trastornos sicológicos”. El expresidente es “narcisista e histriónico”.
Lo dicho: para algunos era una sospecha, porque no es normal que un ser humano —así sea el presidente de la república— se comporte como se comporta Fox Quesada.
La revelación de la iglesia Católica tiene efectos para el intento de Vicente Fox se matrimoniarse con Martha Sahagún.
Pero trasciende al ámbito público, porque muestra la personalidad de un señor que nos gobernó seis años y que cometió yerros que hoy estamos pagando —como lo de la megabiblioteca o su intromisión en la elección de 2006—.
El narcisista, en una definición práctica —extraída de la wikipedia— “sobreestima sus habilidades y tiene una necesidad excesiva de admiración y afirmación. Estos desórdenes pueden presentarse en un grado tal, que se vea severamente comprometida la habilidad de la persona para vivir una vida feliz o productiva al manifestarse dichos rasgos en la forma de egoísmo agudo y desconsideración hacia las necesidades y sentimientos ajenos”.
Eso ocurrió y sigue ocurriendo con Vicente Fox, y no sé en qué medida con su amancebada pareja —el amancebado es para el catolicismo aquel que vive en pareja, pero sin boda religiosa—.
Porque a pesar de que El Vaticano ha establecido que para casarse necesita un permiso y someterse a tratamiento para superar su trastorno mental, Vicente Fox insiste en que se casará por la iglesia, llegando a fijar el lugar, el santuario de Covadonga, en Asturias, pueblo natal de su abuela materna y donde fue homenajeado hace poco —¿alguien duda de la necesidad excesiva de afirmación?—.
No podría afirmar que Vicente Fox se encuadra en una clasificación de enfermo mental, pero ahora estoy cierto que nos gobernó seis años un sujeto con serios problemas en la cabecita. Y que, entre otras cosas, por esos estamos como estamos: Él en su Foxilandia y nosotros en la ruina.

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