lunes, 5 de enero de 2009

Buenos propósitos para 2009

Se supone que al iniciar un nuevo año, como es el caso que nos ocupa, uno tiene cualquier cantidad de propósitos, metas, sueños y objetivos trazados.
Y que desde el primer día —que laboralmente creo que es éste, aunque algunos comenzaron desde el viernes 2 y otros no dejaron de trabajar— uno empieza a poner todo el empeño posible en ir consiguiendo esas buenas intenciones.
Y que a la vuelta de la esquina, es decir, antes de que termine enero, uno ya se dio por vencido.
Por ejemplo: dada la cruda moral de la gran cantidad de alimentos que uno ingiere en las festividades navideñas y de fin de año, pues lo primero es hacer ejercicio.
Así que verdaderas multitudes acuden a los gimnasios para recuperar la forma —en el caso de que alguna vez hubieran tenido forma— y bajar esos cinco kilos que, en promedio, dicen los médicos que subimos producto de tantas reuniones en donde hay comida por delante. Otros se levantan súper temprano para salir a correr, enfundados en pants nuevos, tenis de campeonato mundial y reloj para registrar correctamente su ritmo cardiaco.
Pero a la vuelta de los días, el presupuesto ya no alcanza para pagar la mensualidad del gimnasio, porque hay que pagar la tarjeta de crédito, el abono de la casa o del carro —o los dos—, la colegiatura de los niños, la comida, el regalo del 14 de febrero, la cooperación para los tamales del día de la Candelaria, y un largo etcétera —para que cada quien le acomode sus circunstancias personales—. Así que antes de que se los cuente, la promesa de ir al gimnasio ¡ahora sí!, se esfuma. Y los que se levantaron temprano a diario los primeros días del año, lo hicieron después en fin de semana y en menos que canta un gallo, prefieren quedarse jetones, pero bien calientitos en su cama, rebosando el pavo, el bacalao, el lomo o los antojitos mexicanos en cada lonja que apareció en la cintura.
Y qué decir de quienes prometen solemnemente dejar de fumar. O no tomar ni una gota de alcohol. O emprender un negocio. O lo que ustedes gusten y manden.
Los que dicen que van a dejar de fumar por su sola fuerza de voluntad —“porque yo dejo de fumar cuando quiero”—, descubren que ni a voluntad llegan y si pasan una semana sin encender un cigarrillo lo consideran un logro monumental… que debe ser festejado fumando un buen tabaco. Lo mismo pasa con los que empinan el codo que da gusto, aunque en estos casos la familia decide anotarlos en un grupo de Alcohólicos Anónimos al que asisten el día y la víspera o recluirlos en una granja, de la que salen turulatos. Y en cuanto pisan el mundo exterior, se ponen una guarapeta de muy padre y señor mío que normalmente dura el mismo tiempo que estuvieron en la granja, a la que regresan apenas aparecen en su casa.
Y de los demás ya hablaremos. Pero mientras dure enero, échenle ganas. Que ya vendrán 11 meses para mandar al carajo los buenos propósitos del año.

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