lunes, 11 de mayo de 2009

Arcos del sitio


Por razones que sería más bien largo enumerar —aunque una de ellas fue la celebración del día de la madres—, me apersoné en el Centro Ecoturístico y de Educación Ambiental Arcos del Sitio, enclavado en el Parque Estatal Sierra de Tepotzotlán, perteneciente a los terrenos comunales de San Francisco Magú, una comunidad cuyas características la hacen especial y de la que otro día hablaré.
Primero debo decir que el parque es bonito. Pero que seguramente hace cinco años, cuando lo inaguró el entonces gobernador Arturo Montiel, debe haber sido mucho más bonito. Ahora digamos que empieza a acusar el paso del tiempo y, por qué no decirlo, el olvido: nadie de los que en aquel 2004 tomaban decisiones en la coordinación de áreas naturales protegidas —o algo así se llama o llamó la dependencia— se encuentra en alguna dependencia relacionada con el asunto; y tengo razones fundadas para creer que la Secretaría del Medio Ambiente es la beca más grande del gobierno estatal.
En fin: que a pesar de que es la propia comunidad de San Francisco Magú la que se hace cargo del parque, pues seguramente los ingresos son insuficientes para darle mantenimiento a las instalaciones —hasta las letras de la placa que recuerda la gloriosa inauguración ya se cayeron—. En las que empieza a notarse el deterioro —los puentes colgantes, por ejemplo, están destinados a que pase lo mismo que con el puente colgante de Zacango o el de El Ocotal—.
Pero donde se nota más que han pasado cinco años es en la carretera que une la vía Tepotzotlán-Villa del Carbón con el centro ecoturístico —la parte de educación ambiental juro que no la vi y ni me enteré de quién los construyó—. El paso continuo de camiones materialistas tiene la carretera hecha un muladar. Es decir, hay partes en donde es indispensable ampliar la carretera porque los baches ya no caben.
Es lógico, la ecuación: paso permanente de camiones pesados cargados de materiales para la construcción sumado a una carpeta asfáltica delgadita, elevada a la idea de taparle el ojo al macho mientras viene el gobernador en turno, da como resultado una carretera en la que hay que ir midiendo milimétricamente no para evitar el bache, sino para caer en el menos profundo.
Por lo demás, quedé completamente agotado. No sé cuántos kilómetros caminé para hacer el recorrido completo. Pero como nadie ni un méndigo anuncio indica la distancia del recorrido, chicos y grandes se lanzan con singular alegría sin saber lo que les depara el destino.
De Tepotzotlán no me quejo. El Museo Nacional del Virreinato estaba exactamente igual que cuando la última vez lo dejé encargado y les dije: “hay de ustedes si le pasa algo al último reducto de los jesuitas”.
Y por lo visto me hicieron caso.

1 comentario:

Mariano Rentería dijo...

Una duda, no sabes si aceptan mascotas en el lugar