lunes, 23 de febrero de 2009

Sepúlveda


Historia de una gaviota y del gato que la enseñó a volar y Un viejo que leía historias de amor, son dos de los libros más recientes que han pasado a formar parte de mi colección. Ambos de la pluma del chileno Luis Sepúlveda, afincado desde hace años en España.
Los dos los leí, como se dice en términos coloquiales, en una sentada. De un tirón.
El primero, lo leí porque estaba en oferta y la contraportada decía que era un relato que Sepúlveda había escrito para sus hijos. El segundo, porque el chileno ganó la semana pasada el Premio Primavera de Novela —dotado con la friolera de 200 mil euros— y ahí supe que Un viejo… es su libro más traducido.
Algo debe tener, me dije a mi mismo —porque me caigo muy bien y de pronto entablo conversaciones de esas que son propias de los trastornados, como ya he confesado otras veces que soy—. Y me lo merqué.
Sumando la cifra que destine a los dos títulos mencionados, han sido los ciento y tantos pesos mejor gastados en los últimos meses. Porque Luis Sepúlveda tiene esa facilidad para contar las cosas, que ya la quisiera cualquiera que se dedica a eso de las letras.
Hasta estoy pensando en declararme fan. Pero como guardo en la memoria que antes de estas dos novelas leí alguna otra cosa de este chileno sin gran convencimiento, tengo que cerciorame. Es decir, tener una tercera opinión.
Sepúlveda es, por otro lado, un hombres que se declara un viajero. Sobreviviendo del golpe de Estado chileno de septiembre de 1973, es de aquellos pocos que saben concientemente que estamos de paso. En una entrevista relató: “veo a un hombre que estaba a punto de cumplir los 23 años y que en medio de la balacera la única idea que le rondaba era esta: ‘Joder, si salgo vivo, mis hijos y mis nietos nacerán y crecerán en países lejanos, hablarán otras lenguas, tendrán que fundar sus propias tradiciones’. Hay quienes aseguran que los viajes les han permitido conocerse mejor a sí mismos. Es posible. Yo he sido un tipo afortunado que en los cuatro puntos cardinales ha encontrado solidaridad, y eso me ha reafirmado y me ha hecho algo más fuerte”.
Mientras, es mi deber recomendarles Historia de una gaviota y del gato que la enseñó a volar y Un viejo que leía historias de amor. Advierto que no se trata de libros que tengan algo de suspenso y la ficción que se acostumbra ahora y que vende miles de libros de vampiros, brujos o situaciones detectivescas… que también son volúmenes dignos de leerse.

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