jueves, 30 de octubre de 2008

Optimistas


Me sorprende el optimismo de algunos funcionarios públicos frente a la crisis.
No hay día en que algún alto funcionario público se refiera a la crisis económica como un hecho sin importancia. Restándole cualquier tipo de alarma.
Desde el célebre “catarrito” del secretario de Hacienda, Agustín Carstens —que desde hace días, gracias al cielo, no ha abierto la boca—, y las consideraciones del secretario de Economía, Gerardo Ruiz, de que no se tomarían medidas anti crisis mientras no pasara nada. Y desde luego, otros funcionarios menores que se atreven a afirmar que casi somos inmunes.
Aunque a muchas empresas se las esté cargando el payaso.
Nada menos ahí está el cálculo de la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación, que señala que cerraron ya 150 empresas.
Sin contar, desde luego, las del sector comercial que abren y cierran indiscriminadamente. Casi todas, nacidas a raíz de alguna jubilación, despido o proyecto —que de suyo es un deseo— para continuar con condiciones económicas estables o mejorar las existentes.
Ese grupo seguramente en el estado de México se multiplica por miles, sin que ninguna estadística les haga justicia. Especialmente porque casi todos esos pequeños negocios permanecen en la economía informal.
Si hasta en el futbol —ese boyante negocio de millones de pesos semanales— en lugar de firmar contratos en dólares los firmarán en pesos —además de la patente caída de los patrocinios que ya registran algunas competencias—.
Sin embargo, en un ánimo de negar la realidad o hacerla menos cruel, funcionarios por aquí y por allá prefieren pensar —y seguramente quisieran que pensemos— que la crisis es pasajera, que no pasará a mayores y que la bonanza continuará.
Y esa sola idea, que niega la existencia de una crisis como la que empezamos a vivir, los tiene maniatados: sin proyecto ni programa. Navegando. A la espera de que la crisis les llegue para creer que es verdadera. O que les estalle y entonces les resulte imposible cualquier medida.
Incluso, hay quien cree que la llegada de grandes inversiones continuará como si cualquier cosa. Y aunque una crisis no implica la paralización total del flujo de inversiones y mucho menos del aparato productivo, si implica ahorrar, tomar decisiones con cautela y considerar que la gente lleva menos dinero en el bolsillo y lo gasta cuando le resulta indispensable.
No en balde las firmas automotrices ha registrado caídas en su producción, llegando al cierre de plantas y los despidos masivos —Ford de México es un caso—.
Pero esa forma de ver la crisis sólo comprueba que el México de muchos altos funcionarios está lejos del México de las mayorías.

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