miércoles, 29 de octubre de 2008

López Obrador


Hemos sido testigos de un acontecimiento que marcará un nuevo rumbo en la creación de leyes de este país.
La presencia y uso de la palabra de Andrés Manuel López Obrador, líder del Movimiento Nacional en Defensa del Petróleo y excandidato presidencial, en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión para participar —aunque de manera tardía— en el debate legislativo sobre la reforma petrolera.
Este hecho ha abierto una puerta antes cerrada a los ciudadanos comunes y corrientes. Porque López Obrador, aunque tiene una representación y liderazgo indiscutible, es un ciudadano sin encargo público de ninguna especie.
Haberle abierto las puertas al debate legislativo será argumento para que muchos ciudadanos demanden participar en la tarea legislativa. Primero, aquelloos que ostenten alguna representación. Después sin ella.
El hecho es sano. México debe abrirse a la participación social y a la opinión de la sociedad en los órganos de gobierno. Porque hasta los espacios asignados para este tipo de tareas están en manos del circulo cercano a los gobernantes.
Por el otro lado, la presencia y discurso de López Obrador se ha centrado en dos asuntos: un rescate de la economía popular y familiar, arrasada por la crisis económica que apenas comienza, por los aumentos de precios de productos básicos —algunos impulsados por el propio gobierno, como la gasolina—, y por las malas decisiones propias y de extraños. Es indispensable que en un país como México, con la mitad de su población en el umbral de la pobreza, haya medidas que sirvan para atenuar los efectos de la pobreza.
Ha sido un llamado urgente que viniendo de quien viene, posiblemente no encuentre eco. Y sin embargo, es el mismo llamado que han hecho organismos como el mismísimo Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, de cara a la crisis alimentaria.
El otro asunto ha sido algo que cuenta con la simpatía de millones de mexicanos: no queremos ver a la gallina de los huevos de oro llamada Pemex, en manos privadas.
Ni siquiera por un resquicio.
Y aunque la reforma como tal pone a buen resguardo a la empresa paraestatal que ha mantenido a este país, no estaba de más una expresión para evitar cualquier malentendido.
Ahora queda esperar que Pemex vuelva a encauzar el crecimiento nacional.
Y que el Estado mexicano se de cuenta de que debe, puede y tiene que intervenir en la economía para salvaguardar a los estratos más pobres.
A menos que estemos esperando a que un día reviente todo.

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