lunes, 20 de julio de 2009

Soñe con Rocío Dúrcal

En una sentada leí Soñe con Rocío Durcal, la más reciente novela de Fedro Carlos Guillén, a quien no tengo el gusto de conocer, pero he leído desde hace años, particularmente cuando sus artículos aparecían en El Financiero, donde siempre me pareció fenomenal.
Luego supe que se convirtió en funcionario público —con todo y su doctorado en Ciencias— y le perdí la pista.
Pero como andaba buscando algo que leer, me metí al Sanborn’s de Paseo Colón —me hubiera gustado ir a Gandhi, pero ir a Metepec suele ser una tortura semejante a la quemazón de patas que el insigne imperio español le atizó al último emperador azteca—. Ahí me encontré con el libro de marras. Y sin pensarlo demasiado, lo compre —debo aclarar que adquirí otro, por si me resultaba infumable—.
Y es una de las mejores adquisiciones literarias que he hecho en tiempos recientes.
No tiene las pretensiones mamertas de algunos literatos consagrados —o que sienten serlo— ni será la iobra que cambie la historia de la literatura universal, pero la historia escrita por Fedro Carlos Guillén está a todo dar.
Su lenguaje es sencillísimo y la trama, aunque salta de cuando en cuando para mantener la atención del lector, no es ni pretenciosa ni nada que se parezca.
En pocas palabras: la novela está bien chida.
Por cierto: la Dúrcal ni aparece.

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