jueves, 23 de julio de 2009

Agua

Mi pueblo está en la zona del alto Lerma.
De ahí se han llevado el agua al Distrito Federal durante los últimos 50 años.
A cambio nos hicieron una carretera —que conecta todos sus pozos—.
Pero desecaron nuestros manatiales. Teníamos varios. Uno de ellos se llamaba Agua azul. Otro El Chorrito. Y uno más, Las Fuentes. Uno por uno se han ido muriendo. Nos quedan Las Fuentes, aunque es visible cómo con el paso de los años su nivel ha ido descendiendo irremediablemente.
En medio siglo nadie se preocupó —ni se ha preocupado— por hacer de la explotación del agua un programa sustentable. Ni en el alto Lerma ni en Chiconautla ni el Cutzamala. Se fue agotando y contaminando. La demanda supera hoy la oferta. Y pronto no habrá de dónde llevar agua a las ciudades.
Así que nos tendremos que ir acostumbrando al racionamiento. Sobre todo en las urbes, porque en mi pueblo el agua se surte unos horas, unos días sí y otros no. Pero en donde la gente se acostumbra a abrir el grifo y que salga agua, quién sabe cómo harán frente al desabasto.
En este escenario nadie puede descartar que la ficción de la guerra por el agua se haga realidad. Un Mad Max, pero luchando por agua ya no es descabellado.
Y sin embargo, las autoridades dejan que el agua se desperdicie impunemente: en Toluca se pierde la tercera parte del agua en fugas. En el Distrito Federal la proporción sube hasta el 45 por ciento.
¿Esa agua sería suficiente para evitar los actuales cortes al suministro? Yo creo que sí. Como tengo certeza de la ineptitud de quienes deberían remediar el problema.

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